Los piquetes y el orden democrático

En otras opiniones editoriales hemos tratado la problemática de las manifestaciones públicas o "piquetes" que derivan en cortes de rutas, puentes o calles y entorpecen o directamente impiden la libre circulación del tránsito.

El análisis de estas interacciones sociales trasciende el aplauso o la crítica del protocolo de seguridad recién aprobado y plantea dilemas complejos de la vida colectiva que merecen una reflexión profunda, totalmente ignorada durante los años del kirchnerismo.

La vida en común, en las grandes aglomeraciones urbanas, está asediada por la tendencia natural al aprovechamiento individual en desmedro de lo colectivo, a tomar todo lo posible de lo público evitando contribuir a su sostén. Esto se agrava cuando la sociedad está infiltrada por prácticas de corrupción, donde el mal ejemplo de los gobernantes propaga una cultura de "vale todo" al resto de la población.

En los países autoritarios, como Cuba, China o Corea del Norte, se establece un orden represivo, donde se reprimen esas tendencias mediante la prisión, el fusilamiento o la desaparición de personas. Los países democráticos deben hacer esfuerzos mucho mayores para adoptar reglas de convivencia que sean percibidas como justas y que contemplen, en alguna medida, las opiniones de todos. Son las reglas del orden democrático.

Es imposible convivir sin normas que armonicen la diversidad de preferencias, prioridades y valores de unos y otros. Todas las reglas tienen un fondo represivo pues, en definitiva, es el Estado el que tiene el monopolio de la coerción y el que debe hacerlas cumplir. Pero esas reglas que limitan la vida cotidiana no tienen por objeto beneficiar a algunos frente a otros, sino sacrificar un poco de todos para hacer sustentable en el tiempo la vida del conjunto. Es el sacrificio de los individuos de hoy por quienes vendrán mañana.

Ese aspecto represivo que implica la acción estatal, aun cuando las reglas provengan del consenso democrático, suele ser cuestionado por ciertos activistas y pensadores que ven en la "protesta social" una forma de llevar la imaginación al poder, como en el mayo parisino de 1968 que incubó el posmodernismo y su crítica a la "sociedad disciplinaria".

Los marxistas tradicionales no tienen empacho en adherirse a cuanta perturbación al orden encuentren en su radar, pues para ellos no hay tal cosa como un "orden democrático", sino un orden injusto impuesto por un Estado al servicio de las clases dominantes y convalidado por la...

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