Pesos que se derriten, sueños que se esfuman: la odisea de sobrevivir en un país con una inflación de más de 100%

a fonfo

Eduardo Q. vivió dos hiperinflaciones, la convertibilidad, y convive hace 15 años con aumentos de precios de dos dígitos. Su escolaridad, sus estudios de Derecho, cada voto depositado en la urna y, ahora a los 50, su vida profesional y su paternidad son una síntesis de la historia argentina de la inflación . Sin reflexionarlo mucho, es la vivencia que le transmite a sus tres hijos. "A lo largo de los años, les explicamos las consecuencias de la inflación, la disminución de capacidad de compra y el deterioro del salario, aunque nunca fue puntualmente un tema de conversación", cuenta. "¿Ahorran?", se le preguntó. "Los tres me piden que les cambie al blue", asegura el abogado. Él les cumple.

No todos tienen esa suerte. Nicolás D. también es abogado y tiene tres hijos. Pero, según cuenta, después de varios años de expansión de los precios sin que los sueldos siguieran esa misma marcha, no hay mucho para ahorrar. Peso que le queda a sus hijos, peso que se gasta. La plata se "derrite" también en las alcancías semivacías de los más chicos.

Comprar y vender con elevada inflación se normalizó en la Argentina, tanto que es parte de la experiencia transferida entre generaciones que siguen teniendo sueños de estabilidad cada vez más lejanos. Pero, a las puertas de un nuevo período de alza de precios de tres dígitos, las relaciones económicas agudizan sus distorsiones , crujen, se tensan y mutan con el objetivo más racional: proteger lo que se generó con el trabajo, algo que hoy puede alcanzar únicamente para sobrevivir.

La inflación galopante genera un cambio existencial. Reformula permanentemente el para qué tanto de individuos como de organizaciones. Cambia la naturaleza de vínculos y objetivos generales en grandes y pequeñas empresas, consumidores y trabajadores, profesionales independientes que prestan servicios, e incluso en el propio Estado.

Las consecuencias son enormes y variadas, pero una se destaca: el precio deja de ser una señal para comprar, vender, producir, invertir, e incluso determinar políticas públicas efectivas desde la gestión de un país. "Los precios no dan información y los actores económicos no pueden tomar decisiones óptimas y conscientes", sentencia Federico Moll, economista jefe de Ecolatina. "La inflación es un virus que afecta nocivamente todo de manera sistemática", afirma.

El consumidor que se pasea por las góndolas deja realmente de saber si algo es barato o caro. Pero la plata no le alcanza. Entonces cambia sus hábitos: un supermercado por un mayorista; primeras marcas por segundas o terceras; compra de "a puchitos", si no tiene plata, o stockea mercadería, si la tiene. Convertido en ahorrista o inversor, dependiendo de su astucia, "vuela a la calidad" de una moneda dura (el dólar, en cualquier de sus versiones, incluso en el clásico color ladrillo), acepta el carry trade que proponen los gobiernos, o simplemente consume para sacarse los pesos que queman en su bolsillo. Los más sofisticados, los menos, son los únicos que finalmente le ganan a la inflación.

El productor o empresario sufre la misma confusión. No tiene precio de sus proveedores y no sabe dónde fijar el suyo. Por las dudas, muchos se cubren. Funciona así hasta que las ventas se frenan. Dentro de esa organización, todo es a corto plazo para no descapitalizarse, con suerte, o para sobrevivir sin ella. Se dejan de lado la productividad, la competitividad, la asignación óptima de recursos y la inversión, el motor del crecimiento. Las grandes compañías y multinacionales se sientan hoy en una montaña de "papelitos de colores" a los que llaman pesos y, por el cepo y las trabas a las importaciones, apuntan a activos dolarizables a futuro para no perder valor. Explicar que los costos -por ejemplo, los salariales- se duplican cada 12 meses a las casas matrices de empresas multinacionales es como traducir un jeroglífico. Para sobrevivir a este fenómeno, más el cambio de reglas recurrente en el país, casi todas optan por un ejecutivo argentino. Sin dudas, luego de años de trajinar los precios, no sólo son los mejores traductores posible, sino soldados ya curtidos.

Con alta inflación, lo...

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