Una pesada carga: impuestos que llegan y nunca se van

En los primeros meses de 1995, el Congreso Nacional aprobó la creación de un "fondo para el equilibrio fiscal", que iba a financiarse por el plazo de un año con tres puntos adicionales a la alícuota del IVA, de 18%; apenas había pasado ese año cuando otra ley ancló el impuesto a los consumos en el nivel actual, es decir, en ese 21% que surge de sumar aquel adicional "temporario". En la gravísima crisis de principios de este siglo, los legisladores dieron luz verde a otra propuesta del presidente de turno: la creación de un impuesto sobre los créditos y débitos bancarios, con vigencia por un año. Más de una década después, sin aquel estado de emergencia y tras nueve prórrogas, lo recaudado por ese tributo representa cerca de 10% de los recursos tributarios del Estado nacional. Justamente por el peso que tiene es difícil pensar en su eliminación, aun cuando se entienda que gravar las operaciones bancarias es una de las mayores distorsiones que tiene el esquema fiscal.Que lo transitorio se convierta en permanente es algo constante en la historia tributaria argentina. En sí mismo, el hecho de que surja en una crisis y por un plazo, nada dice acerca de cuán adecuado o no es un impuesto. El caso más antiguo de prórrogas sucesivas es el de Ganancias. Su origen es el tributo sobre los réditos, creado en 1932 durante la presidencia de Agustín P. Justo y por la urgencia de los efectos de la crisis mundial. Se dispuso que regiría sólo durante 1933. Ochenta años después, los entendidos en temas tributarios no pensarían en "jubilarlo", aunque sí advierten que si bien es el impuesto más equitativo en la teoría, en la práctica y por falta de actualización en un contexto inflacionario, se ha vuelto distorsivo.El problema es que en las últimas décadas, con la llegada de un impuesto tras otro, la presión fiscal subió hasta ubicarse cerca de 40% del PBI y entronarse como la más elevada de la región -clara desventaja competitiva-, sin que haya mediado un debate para consensuar, en primer lugar, qué tipo de Estado se elige tener y, a partir de allí, pensar cómo darle recursos con un principio de equidad, para cumplir con sus funciones.Sólo en la última década, la presión tributaria (total recaudado) trepó de 24 a casi 40% del PBI. Sin planificación de largo plazo, se acrecentó además la centralización del manejo de los recursos, y la caída del porcentaje de dinero de impuestos nacionales repartido entre las jurisdicciones tuvo, como contrapartida, una multiplicación de cargas...

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