Con perfume de carnaval

La Leona concluyó su historia con final feliz, como corresponde a una telenovela hecha y derecha. Pero a la vez terminó de un modo extraño, ajeno a buena parte de las reglas de ese género que se sostiene desde la solidez (y la rigidez) de sus inalterables principios. El capítulo final de La Leona, emitido en los primeros minutos de ayer por Telefé, tuvo esas características: un cierre acorde a esa identidad (el reencuentro de su pareja protagónica), pero con el envoltorio de un gigantesco clip diseñado en buena medida desde la estética publicitaria y rodado en imponentes escenarios jujeños.

En verdad, la historia propiamente dicha se cerró el miércoles en el episodio 115, el penúltimo, con el encarcelamiento de Gabriel Miller (Juan Gil Navarro, convertido a la postre en el gran villano del relato) y la liberación de María Leone (Nancy Dupláa) y Franco Uribe-Diego Miller (Pablo Echarri), cautivos dentro de la Textil Liberman. Lo que siguió, más que un episodio final, fue la coda de la historia narrada casi en su totalidad bajo el techo de esa fábrica convertida en micromundo y definida por sus autores (Pablo Lago y Susana Cardozo) como el lugar de la utopía.

En ese universo ideal y soñado de trabajo, armonía, confraternidad y espíritu creativo hay lugar para las familias tradicionales o ampliadas, y también para experiencias de diversidad. Toda una curiosa anomalía dentro de un entorno marcado por la tradición, el costumbrismo y la mirada conservadora. En ese arriesgado cruce está uno de los logros de esta propuesta narrativa que confió en las búsquedas audaces y padeció inexplicables cambios de horario que la empujaron casi hacia la marginalidad.

También funcionó el experimento de construir escenas enteras desde la enajenada mirada de algunos de sus protagonistas. La historia se enriqueció, sin dudas, con estos aportes, porque de otro modo se hubiese impuesto el convencionalismo de...