Estamos perdiendo la batalla contra los manteros

La actividad de los manteros no tiene freno en la ciudad y ya se ha convertido en una enfermedad endémica que parece que las autoridades no encuentran aún un buen remedio.

Primero fueron las terminales ferroviarias de Retiro, Once y Constitución, además de la zona céntrica de Liniers, donde los vendedores ambulantes ilegales presentaron batalla ante el gobierno porteño, el que muchas ocasión debió emprender la retirada. Luego fue la tradicional peatonal Florida, donde manteros, arbolitos y no pocos arrebatadores conformaron una peligrosa e indeseable fauna ante los ojos de los turistas. Allí la suerte cambió para las autoridades, luego de enfrentamiento y una notable presencia de la Policía Metropolitana durante bastante tiempo se logró correrlos, pero no erradicarlos.

Más tarde, la historia se repetía en la zona comercial de la avenida Avellaneda, entre Flores y Floresta. Primero se instalaron sólo los sábados después del mediodía, cuando ya cerraban los comercios. Pero el éxito creció en forma vertiginosa y comenzaron a estar todos los días a la sombra de la falta de controles callejeros y de otros debían controlar, pero que miraban para otro lado. También hubo desalojos y corridas, pero fue otra batalla perdida para las autoridades. Hoy, Avellaneda, sigue siendo un descontrol y eso también incluye al tránsito, donde todos estacionan en doble y triple fila; eso sí, un policía o a un agente de tránsito porteño parecen especies en extinción en la zona.

En los últimos meses, las raíces de los manteros se extendieron y arraigaron en forma firme y creciente en las veredas del barrio de Caballito, sobre la avenida Rivadavia, entre Doblas y Del Barco Centenera. Los sábado y domingos los casi 200 metros de la larga vereda del Parque Rivadavia se ha convertido un hervidero de venta callejera, de la ancha vereda sólo queda un metro para transitar. Todos despliegan su diversida de productos no sólo téxtiles, también artesanales de todo tipo hasta gente se anima a vender juguetes, bijouterie y hasta algunas antigüedas, todas de baja calidad.

Cuando se entra en los negocios de las zona, los comerciantes braman por la situación y contra las autoridades. "Entre el alquiler y los ingresos brutos que pago al gobierno porteño ya casi no me queda ganancia. Si nadie hace nada voy hacer como algunos pequeños comerciantes empezaron hacer ahora: echar a los pocos empleados y poner una manta en la calle y chau", dijo indignado Carlos, que hace 25 años trata de...

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