Paraíso River: detrás de la bandera más grande, qué cambió para que vuelva la alegría

Sólo sucede en las películas. Ojos negros trastabillan en el lodo, barranca abajo; la pantalla se oscurece y, acto seguido, limpio, suave y puro, ojos azules disfrutan de una pradera con el atardecer a modo de escenario. Es de ficción, eso de pasar del ocaso a la esperanza como si se tratase apenas de cambiar de página. River desmiente la fantasía: eso de cruzar de vereda también puede crearse en la realidad misma. El 16 de septiembre cae de rodillas frente a una lección futbolera de Vélez: el 2-0 no es una derrota; es el golpazo luego de tres empates en serie, el último, el recordado 3-3 con Newell?s, suerte de tubo de ensayo con tres delanteros que es deseo y decepción. Es, también, la vuelta de los violentos, que amenazan interrumpir el espectáculo cuando a River le queman las piernas. Es, claro, una nueva derrota, para un plantel matizado de altibajos, subidas y bajadas, de psicólogo avezado. El mismo que debe tratar a Matías Almeyda una semana después, luego de otro tropezón, un 1-0 con Racing, en el Monumental, con un brusco cambio de sistema, de nombres, de estilo. El entrenador dirige, aunque su cabeza parece dar vueltas en una cama imaginaria, mirando el techo con preguntas sin respuestas. La cólera se toma con la (supuesta) incapacidad de Daniel Passarella, el presidente, en una marcha de la bronca en el ya famoso hall del Monumental. River, en la zona de descenso, ve fantasmas del pasado: Almeyda tiene los días contados, describen los que saben del día tras día millonario. Es ganarle a Arsenal o? el vacío existencial.River disfraza la realidad con argumentos. Con dos conceptos, con tres o cuatro datos: viaja a Sarandí con un 4-4-2, con cuatro centrales de dudoso gusto, hacha, tiza y piernas fuertes en el medio y dos incógnitas de ataque, con Trezeguet ahora de viaje y casi siempre sin gol. River juega tan mal como siempre, hasta que Ponzio, que suda con la bandera gigante amarrada a su silueta, apunta, dispara y convierte, de lejos, en el final de un primer tiempo de ausencias. Grita, canta, celebra, como todo el equipo, con el entrenador, el otro abanderado del sentimiento. Ahí River hace click. Toma el control remoto y cambia de canal. Si hay unión, hay futuro. Si no hay fútbol, sobra compromiso. Todos para uno, uno para todos. Llueven goles: tres más en Sarandí. Es en ese segundo capítulo que lo que era ya no es. Puntería, velocidad, reacción, potencial, lo que antes fue tiro al viento, retroceso, temor y figuras sin nombre. Hasta la buena...

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