Por un país normal

Cuando hace más de 12 años Néstor Kirchner asumió como presidente de la Nación, entre los objetivos que enunció públicamente puede recordarse aquel que abogaba por hacer de la Argentina "un país normal". El largo período de gestiones kirchneristas transcurrido desde entonces nos hace pensar que la mentada "normalidad" continúa siendo una utopía en función de los severos retrocesos que, tanto en materia institucional como socioeconómica, ha sufrio nuestro país.

No es normal tener un vicepresidente procesado por cohecho y negociaciones incompatibles con la función pública que continúe tocando la campanilla en el Senado. Tampoco es normal que el Gobierno negocie con los acusados la investigación del peor atentado de nuestra historia y el fiscal a cargo de aquella causa muera sospechosamente días antes de acusar a la Presidenta de encubrimiento ante el Congreso de la Nación.

Dista de ser normal un país donde quiebran las agroindustrias competitivas y prosperan los amigos del poder; donde el interior transfiere sus ingresos para que el Poder Ejecutivo resuelva a quién hacer rico con necesidad y urgencia; donde los pequeños comercios están aplastados por una de las más elevadas presiones fiscales del mundo, para sostener el más grande empleo público de la región, y donde la mayor de sus provincias destina sus recursos a pagar sueldos para sostener una estructura clientelar, difiriendo las obras de infraestructura que eviten inundaciones y brinden caminos para trasladar la producción. Y nada tiene de normal ser el segundo país con más alta inflación en el mundo o convivir con no menos de cinco tipos de cambio.

Definitivamente, no es normal que se manipulen jueces para ocultar incrementos patrimoniales de los más altos funcionarios con sobreseimientos exprés, que se niegue el acceso a la información de organismos públicos para evitar que se conozcan desvíos y abusos de poder, y que la presidenta de la Nación, además de recurrir a 44 cadenas nacionales en lo que va del año, haga gala de su poder para imponer más miedo del que ya padece la población frente a la inseguridad.

Ni puede ser tildado de normal que los maestros les tengan miedo a sus alumnos o a sus padres, a la luz de la pérdida del principio de autoridad en la escuela, así como en todos los demás órdenes; que los delincuentes irrumpan en las guardias de los hospitales; que los asentamientos precarios sean copados por narcotraficantes y que los barrabravas del fútbol sean fuerzas de choque...

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