Un país al borde de un ataque de nervios

La Argentina que ha empezado a ascender hacia el pico de la pandemia parece estar al borde de un ataque de nervios. Demasiadas incertezas. El virus aporta las suyas y en eso estamos como el resto del mundo. Todos los países enfrentan el dilema que supone buscar el equilibrio entre aislamiento y actividad, pues el daño acecha en ambos extremos. Tratar de minimizarlo exige decisiones que en buena medida se toman a ciegas: si tenemos en cuenta los asintomáticos y la falta de testeos, admitamos que el virus solo se deja medir por los muertos. Es decir, cuando ya es tarde. Esta condición inasible pero letal, verificada en países como Italia o España, determina tanto la necesidad de la cuarentena como la dificultad de establecer la razonabilidad de su extensión, incluso para los líderes sensibles a los daños económicos, anímicos y psicológicos que el encierro y la falta de actividad producen.Esta ecuación sin resolución teórica, desvelo de los gobiernos de todo el mundo, genera una tensión que en la Argentina se expresa de manera particularmente brutal. En los últimos días se ha profundizado aquí una grieta que enfrenta a los defensores de la cuarentena con quienes reclaman su levantamiento o su flexibilización. Todos están seguros de tener la razón o defienden la suya como si lo estuvieran, incluido el Presidente. Si las posiciones irreductibles son necias, aquí lo son por partida doble. Lo poco que se sabe exige, para cada movimiento (y hacia algún lado hay que moverse), que sean escuchadas todas las voces, entre ellas, la del pueblo a través del Congreso, para tomar decisiones consensuadas y enriquecidas con distintas perspectivas.Hay más razones para estar nerviosos. En el país, la pandemia se sumó a azotes previos que ya nos tenían muy golpeados. La crisis sanitaria se montó aquí sobre una crisis económica consuetudinaria que, convertida en parte del paisaje, creó un universo de pobres carente de la más básica infraestructura. Con ellos, se ensaña el virus. A estos índices de pobreza se les agrega nuestra crisis institucional y política, otra anomalía naturalizada que la pandemia parece haber atizado. Carecemos en la práctica de Poder Judicial, en tanto que el Legislativo funciona a voluntad del oficialismo. Tampoco el Poder Ejecutivo, que ha concentrado el poder, inspira confianza. Aquí no sabemos quién gobierna. O, más grave, lo sabemos.Sin embargo, cedemos a la tentación, quizá para resistir el ataque de nervios, de creer que hay dos...

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