El oro, el barro y los señoritos franceses

El chiste empezó en la plaza y terminó en los tribunales. Breve: hace dos semanas, estudiantes del último año del Liceo Franco Argentino Jean Mermoz decidieron celebrar su graduación retozando en el barro. Pero, hélas, barro dentro del colegio no había, explicó un alumno (qué plomo el liceo francés: seguro no se llueve ni se enfanga como tantas escuelitas rurales, tan divertidas), así que agujerearon una plaza y lo hicieron allí, a la vista de varios adultos, entre los que se habrían encontrado algunos padres. Los medios registraron el hecho, hubo escándalo y se inició una causa por "daño agravado". El gobierno porteño reparó el predio y se presume que los gastos correrán por cuenta de los responsables.

Más allá de la tilinguería risueña (el barro sólo puede ser una aventura excitante para quien no lo sufre cada día), el caso presenta aspectos interesantes. Se puso el grito en el cielo (y con razón) por la destrucción del espacio público, pero se habló menos de dos cuestiones subyacentes: la relación de los hijos con los padres y de todos con el dinero.

El sábado a la noche, en rueda de amigas, el asunto se comentaba con indulgencia: quién no hizo barbaridades a los diecisiete años, decía una y asentía otra. Aun concediendo el punto, el "placer de la contravención", para decirlo con palabras de Miguel Cané, no sólo estaba entonces lejos de implicar el vandalismo de manera inevitable, sino que se ejercía como un desafío al mundo de los adultos. Las barrabasadas, como decían las tías, se hacían contra los padres y no con ellos como espectadores aquiescentes. Y esa tensión, que sería pretencioso llamar dialéctica, pero que, sí, aspiraba a ser superadora, tenía sentido. Cuando no eran meros hipócritas, los mayores defendían y transmitían un conjunto de costumbres y valores porque creían en ellos, y los jóvenes cuestionaban, forzaban, empujaban y buscaban lo nuevo, a veces de manera agresiva, porque para algo eran jóvenes. Una psicoanalista brillante, con gran sentido del humor, acuñó un neologismo de entre casa para definir el viraje en la relación paterno filial: pendejocracia. Es decir: sistema de organización familiar sustituto de matriarcados y patriarcados perimidos, que se caracteriza porque los hijos (niños, adolescentes, veinteañeros duros de madurar) hacen lo que les viene en gana y los papis (cómodos o atemorizados) no dicen ni mu.

Pero, volviendo a aquella jornada, lo más inquietante fue el razonamiento de algunos adolescentes (y...

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