Obama, Macri y el progresismo papanatas

Hace unos años, en el número 70 de la calle Ferraz, cinco políticos argentinos que visitaban Madrid escucharon por primera vez de boca de Felipe González su caracterización sobre el neopopulismo. Según el líder socialdemócrata no se podía confundir a chavistas y kirchneristas con el progresismo a pesar de su discurso izquierdoso: "Ellos practican una utopía regresiva", les explicó. Es decir, una quimera desactualizada, cuyo objeto deseado no se ubica adelante sino atrás: no proyecta hacia el futuro; sólo busca regresar a alguna época presuntamente dorada y perdida. Lo contrario del progreso es el retroceso, que resulta esencialmente reaccionario. De alguna manera Barack Obama se hizo cargo estos días de esa caracterización al definir a Cristina como "una dirigente con una retórica de los años 60 y 70". La Pasionaria del Calafate estará, por supuesto, orgullosa de encarnar esos ideales tardíos, a pesar de que revelan sus límites etarios y su cristalización en una estación de la obsolescencia.

Aunque no todas las culpas le caben a la gran dama. En la Argentina hay progresistas inteligentes y modernos, pero también cunde un progresismo retrógrado y papanatas formado por kirchneristas y antikirchneristas, todos unidos por su analfabetismo económico, su pereza intelectual, sus prejuicios aldeanos y su antioccidentalismo hipócrita. Una parte de ese segmento, formado por tiernos artistas y épicos militantes de Palermo Hollywood, apoyó en otra época asesinatos políticos en nombre de la Patria Socialista y luego se enamoró de un régimen autoritario y corrupto. Y muchos de los que se colocaron en la vereda de enfrente no lo hicieron desde una lucidez superadora: algunos comparten incluso las mismas taras que los kirchneristas, esa cosa culpógena, arrogante y simplificadora según la cual toda la vida puede encerrarse eternamente en izquierdas y derechas, algo tan antiguo e inservible como la linotipia. Ciertos progres esperan la llegada de un gobierno que no sea del palo para volver a unirse, en una amalgama feliz y bullanguera; para posar de sensibles sociales (justo ellos que no conocen ni un pobre de cerca); para apedrear los escaparates del capitalismo mientras van de shopping; para criticar a Europa aunque la visiten con veneración, y para crear un nuevo relato de virtuosos y réprobos. La palabra "sustentabilidad" les resulta incomprensible: creen que la plata del Estado llueve y es infinita, y que abrirse al mundo necesariamente es someterse al...

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