'Nunca tuve dudas de que íbamos a sobrevivir'

PUNTA DEL ESTE.- Raúl Frigoni habla con la voz serena y firme. Omite el sesgo dramático que cualquiera imaginaría como parte medular de la odisea que protagonizó con su hijo Gino, al haber permanecido más de 24 horas en el agua y a la deriva. "Nunca dudé de que íbamos a sobrevivir. Sabía que mi salvavidas era uno de los pontones del catamarán, que debíamos mantener el cuerpo caliente, atarnos al barco, descansar por turnos, esperar la salida del sol y no perder la calma. En eso, las técnicas de respiración profunda de yoga y, hasta el humor, nos ayudaron".Las pieles de ambos lucen ahora como ciruelas. Pero lo que primero que llama la atención es la templanza y la fortaleza con la que sobrellevaron esa travesía que hoy la psicología positiva describiría como resiliencia.El drama para los navegantes comenzó, según relatan a La Nacion, detrás de la isla Gorriti, en Playa Honda, frente a Punta del Este, cerca de las 18 del lunes. Las indómitas ráfagas de viento del Este y olas envalentonadas de hasta cuatro metros les escoró el hobie cat (catamarán) hasta tumbarlo.Con poca pericia para esas condiciones de navegación, sus esfuerzos por "adrizarlo", es decir, enderezarlo, fracasaban una y otra vez hasta agotar sus reservas de energía.Mientras tanto, el viento y la corriente los desplazaban hacia el Oeste. Ya no se veía la costa ni el horizonte y la noche acechaba como un mal pensamiento."Con el barco tumbado, la tela que une los dos pontones del catamarán actuaba como una vela veloz. Pero nos guarecimos detrás de ella y eso atenuaba el frío. Mientras uno permanecía sentado sobre el extremo del pontón, el otro hacía contrapeso, parado, en el extremo opuesto", describen.Padre e hijo se abrazaban para darse abrigo y mantener el calor del cuerpo. Oían el motor de un helicóptero, sin poder verlo. Mientras los ojos de uno se cerraban, el otro hacía de guardián y centinela. Así, por turnos, pasaron la noche hasta que amaneció.Se cruzaron por lo menos con 30 embarcaciones diferentes. Pesqueros y cargueros, ninguno los vio. Tampoco sirvieron los gritos de auxilio y los silbidos. En un momento de optimismo, Raúl hasta se sacó su remera, la ató como bandera al timón y la azuzó en lo alto en señal de auxilio, al divisar la proximidad de otro barco.Esa maniobra lo empujó con un gran golpe de nuevo al agua. Estaba tibia. Al salir, el viento frío los hacía tiritar. La amenaza de hipotermia acechaba. "A pesar de que nadie nos veía, nunca nos desmoralizamos. Ya nos van a ver" se...

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