El nuevo sonido de Portugal

LISBOA.- Es la medianoche en el Barrio Alto. El aire tiene un gusto salitroso. A pocas cuadras, el río Tajo baña las costas de la ciudad. En una estrecha callejuela del barrio está una de las antiguas cantinas de fado. Dos chicos jóvenes, con una mandolina portuguesa y una guitarra, afinan sus instrumentos y fuman un cigarrillo en la vereda. Adentro, en una esquina del bar fadista tapizado de mosaicos portugueses, hay tres mujeres temperamentales y un hombre taciturno tomando unas copas y comiendo un bacalao. La escenografía es austera. Una de ellas, vestida de negro, con su mantilla reposada en sus antebrazos se levanta, camina entre las mesas y canta, aprovechando la acústica natural de la cueva fadista, en una escena que parece reproducirse desde hace doscientos años, según el musicólogo portugués Rui Vieira Nery.

Lo que se escucha es una saudade antigua, una melancolía portuaria, una poesía existencial y trashumante, que habla de amores perdidos y hombres que se fueron buscando su sueño a otros continentes. El fado resume en tres minutos la historia de un país, su imaginario urbano y la mitología de una sociedad y su destino errante. O, como escribió Fernando Pessoa en su ensayo sobre el fado: "Toda poesía -y la canción es una poesía ayudada- refleja lo que el alma no tiene. Por eso la canción de los pueblos tristes es alegre y la canción de los pueblos alegres es triste. El fado, sin embargo, no es alegre ni triste. Es un episodio de intervalo. Lo formó el alma portuguesa cuando no existía y deseaba todo sin tener fuerza para desearlo. El fado es el cansancio del alma fuerte, la mirada de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y también lo abandonó".

El fado no es alegre ni triste, dice Pessoa; sin embargo, la mandolina parece que llorara en ese contrapunto con la guitarra y en esa cadencia ralentada, como si fuera un bote que arrastra la marea. A veces resuena como un primo hermano musical del tango cuando la voz de la fadista cambia la marcha y recuerda la métrica de la guardia vieja, o parece asemejarse al sonido de una cancionista cantando un vals de Francisco Canaro como "Yo no sé que me han hecho tus ojos". Esa conexión entre el fado y el tango parece latente, como si fuera fruto de una misma diáspora cultural que se derramó por todo el mundo y circuló en una misma época.

En otro bar que aparece en ese laberinto de calles del Barrio Alto, una señora regordeta sale de la cocina y canta despojada de todo como si tuviera un...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR