'No quiero tener gente en mi techo': la calidad constructiva y el silencio de los vecinos inocentes

Los ruidos en exceso pueden afectar la salud mental

Una de las conclusiones a las que llegué pasada la experiencia del encierro forzado por una pandemia que aún no terminó, es que ya no volveré a vivir en un consorcio de departamentos . Espero poder sostenerlo pues, a menos que me caiga del cielo un bonito penthouse en alguno de esos edificios de época con paredes gruesas y bien silentes, ahora añoro la humilde casita sin medianeras en la ciudad de mi infancia . No pido escuchar solo pajaritos: lo que ya no quiero es tener gente en mi techo.

Me tocó compartir la cuarentena con una amable comunidad de vecinos que vive de manera ruidosa cada actividad doméstica. Había que armarse de paciencia en esos largos meses del 2020 . Todos estábamos atravesando nuestro propio calvario con el asunto del virus. Incluso entendimos que los sonidos normales se habrían magnificado producto del dramático silencio que sumió a las ciudades durante el toque de queda, cuando no volaba ni una mosca... y escuchabas la descarga del inodoro de al lado. Pero la relativa vuelta a la normalidad de estos últimos meses no cambió la situación puertas adentro. El de arriba en vez de correr la silla para levantarse, la arrastra. A mover muebles a medianoche y que a cada rato se le caigan cosas pesadas, se sumaron las "visitas higiénicas" (y que nunca se sacan los tacos). Pero lo peor son los portazos que parecen partir las paredes… ¿qué necesidad de empujar la puerta con furia, si uno puede cerrarla, simplemente?

Ser o no ser misofoba

Investigué un poco para descartar la misofonía , esa condición que hace que te moleste hasta cuando un ser amado mastica chicle o toma sopa en tu oído. "Los misófonos son tildados de histéricos y malhumorados, se sienten incomprendidos por los demás y tienen pensamientos violentos cuando el sonido del otro les molesta" decía una de las definiciones más autorizadas acerca de este trastorno mental . Lo de malhumorada sí encajaba con mi realidad: cada día me levantaba cansada, angustiada de solo escuchar el entorno y saber que no cambiaría, a menos que me mudara. Quejarse con los vecinos no sirvió de nada. Peor, ya no me saludan. Al final consulté con un médico y resulta que no soy misófoba ni neurótica, sino uno entre los millones de seres con alta sensibilidad a esos ruidos intensos o reiterados que a veces naturalizamos por falta de alternativa o desconocimiento, pero que de a poco nos van enfermando.

La concientización sobre el ruido

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