No nos acostumbremos a que la basura forme parte del paisaje

Muchos coincidiremos en que uno de los tantos indicadores del nivel de educación de una sociedad puede observarse en el manejo y la disposición de los residuos de todo tipo que la cultura del descarte ha visto aumentar exponencialmente en las últimas décadas.

Es también cierto que el más prolijo ciudadano, habitante de un hogar limpio y organizado, puede transformarse en un impresentable marrano a juzgar por sus conductas en la vía pública. Nos cansamos de ver cómo se arrojan papeles, envases y colillas desde las ventanillas de autos y medios de transporte. Ni hablar de la conducta de peatones que desoyen su obligación de no sumar contaminación a la ciudad de todos, quienes con desparpajo, faltando claramente el respeto a sus conciudadanos, arrojan a su paso todo aquello que jamás tirarían en el piso de sus casas. Y se ofenden si alguien se lo señala.

Cuanto más impersonal el ámbito, más groseros la actitud y el comportamiento. Para muchos, esto es así: inversamente proporcional a las probabilidades de ser señalado o identificado, en el caso de quien puede aún tener conciencia de que está obrando mal. Nos referimos al que arroja apósitos al aire y luz de un edificio para que aterricen en patios o techos de vecinos, pasando por el que tira botellas de vidrio o latas a las veredas, hasta aquellos que son capaces de convertir una ruta en un basural al que cientos de pasantes suman su desconsiderado aporte. La basura no habla, pero dice mucho.

En nuestra Patagonia, hay una dolorosa imagen que se repite hasta el cansancio. Nuestro extenso y escasamente poblado territorio nos permite atravesar kilómetros y kilómetros de yermas estepas. Un paisaje de aislamiento en el que los alambrados, con bolsas de residuos enganchadas luego de volar quién sabe qué distancias, son una constante, igual que los pequeños arbustos que han obstaculizado su interminable viaje para anclarlas al paisaje, algunas descoloridas ya por el transcurso del tiempo, pero con mucha resistencia, puesto que sólo el 5% son biodegradables, esto es que su supervivencia rondaría los 150 años.

Nuestros vecinos uruguayos, bastante...

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