La negociación en serio escandaliza a las almas bellas

El reto político del momento se parece un poco a la famosa Cámara de Tortura China: Houdini era esposado boca abajo e introducido en una caja llena de agua con el mandato de escapar o morir en menos de tres minutos. El resultado electoral podría traducirse como una analogía de aquella desesperación: la sociedad le encomendó a Cambiemos desactivar varias bombas de relojería, pero al mismo tiempo lo ató de pies y manos.

El Estado fundido y el Estado mafioso, paridos con increíble irresponsabilidad por los anteriores inquilinos del poder, regurgitan amenazadoramente, pero Mauricio Macri no dispone de suficiente pulmón parlamentario para conjurar el peligro y lograr una salida. Y corre el riesgo de ahogarse si no entiende su papel histórico: ser el Presidente de una transición entre un régimen rancio de partido único y un país normal con acuerdos democráticos que tendrá en el futuro nuevos jugadores a izquierdas y derechas. Ese puente imprescindible, dada la correlación de fuerzas, sólo podrá cruzarse si el Gobierno y sus propios votantes comprenden que no existe la menor alternativa a ejercer con plenitud y sin complejos el verbo "negociar". Y que no podrán hacerlo desde una posición de debilidad política: "Nunca negociemos desde el temor y nunca tengamos miedo de negociar", aconsejaba JFK. Cuando para librarse de dos mil ñoquis y destrabar el Senado, el oficialismo habilitó a Ricardo Echegaray (a cargo de la AGN), sonaron las alarmas republicanas. Cuando se eligió no despedir a un millón de empleados públicos (como piden algunos economistas) ni se fue complaciente con sectores empresarios (a quienes se los amenazó con abrir la importación), sonaron las chicharras neoliberales. Cuando se invitó a Davos a Sergio Massa y se acordó un sistema de toma y daca con el kirchnerismo bonaerense, el macrismo se estaba entregando a la corporación peronista. ¿Qué creían que era el "arte de dialogar"? ¿Litros de saliva y café? ¿Prestar oreja como en terapia? No alcanza.

Desdichadamente, el Gobierno debe vérselas con quienes también fueron votados por esta sociedad, que son los culpables del desaguisado, y debe entrar en el intercambio de piezas que todo ajedrez precisa. Sin traicionar principios fundamentales, sin ofrecer impunidad y sin caer en componendas turbias como sucedió en el pasado, pero sabiendo que a veces se gana y a veces se pierde. Me temo que las almas bellas deberán curarse del virus de la escandalización automática y fortalecer sus...

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