Naturalizar lo anormal

En esta Argentina circular y desesperanzada, cada tanto aparecen en las redes sociales usuarios que compiten sobre hartazgos. Unos se manifiestan hartos de la repetición de problemas ancestrales, otros de la política, otros de los cortes de calles. Los más ácidos dicen que están hartos de estar hartos.

Aparece el que se queja por la moda de ponerle hoy a todo el adjetivo "picante" y el que observa la curiosidad de que en medio de tanta mentira corriente uno de los latiguillos más frecuentados en el habla de los argentinos sea "la verdad" (dicha como hall de entrada de cada oración, "la verdad que yo pensé que no iba a llover").

Pero hace poco apareció en Twitter una queja más exquisita. Era de alguien que maldecía el abuso del verbo naturalizar. "De cualquier cosa se dice ahora que se lo naturaliza, me tienen harto con las naturalizaciones".

De ser cierta la tendencia habría que preocuparse. No se trata acá, por cierto, de la acepción migratoria del verbo (naturalizarse argentino todavía puede creerlo una oportunidad algún extranjero) sino de la naturalización como acostumbramiento y del acostumbramiento como mecanismo de supervivencia frente a una anormalidad persistente.

Ese tipo de procesos ha sido bien estudiado en el caso de la naturalización de la violencia. Pero tal vez habría que enfocarse ahora en otra dimensión, la de la parainstitucionalidad. ¿No nos estaremos acostumbrando sin darnos cuenta a la desfiguración por goteo no ya de la república sino del sentido común?

He aquí algunas anormalidades de la Argentina contemporánea que se fingen normales.

1) La fórmula invertida . El peronismo tiene una larga historia de artificios institucionales, porque con el argumento de que "todo es política" siempre consideró que las leyes y las instituciones debían estar al servicio de la política y no al revés. Así como inventó para Eva Perón un cargo supraestatal (Jefa Espiritual de la Nación), impuso en 1973/74 con la fórmula Perón-Perón la sucesión matrimonial; creó en 2007 la abdicación monárquica dentro de la democracia y en 2019 estrenó un artefacto electoral contra natura como ninguno: el número uno del poder surgió de una probeta en el laboratorio de su número dos, cuya popularidad negativa la descalificaba para soportar un test electoral. Cristina Kirchner, dicho en otras palabras, se erigió como la única vicepresidenta del mundo que seleccionó a su compañero de fórmula, extravagancia celebrada hace tres años como una genialidad...

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