Melancolía montevideana

Ya no se puede decir "al otro lado del río" sin que suene a Drexler, a Diarios de Motocicleta. Pero yo digo "al otro lado del río" y no pienso en la leyenda del Che, pienso en Montevideo. Al otro lado del río, además, antes estaban mi infancia y mi padre. Y ya no. Por eso mi melancolía montevideana es distinta a la de los porteños, aunque tengan cosas en común.Porque hay una añoranza singular entre nosotros. Como si Montevideo fuera una Buenos Aires detenida en el tiempo y nos recordara la ciudad que pudo ser y no fue. El rastro perdido de sí misma antes de las veleidades de reina y los sueños de su afiebrada modernidad.De este lado es el río color de león, las dulces aguas turbias. Del otro lado, tiene el mismo nombre de río pero presencia de mar. El lento mar inmenso de Idea Vilariño. Y no es capricho o pretensión poética, es que la rambla, así, abierta de par en par a la llanura interminable del agua, da esa sensación de frente marítimo, de inmensidad.Dicen que ellos tuvieron más suerte con la orilla que les tocó del estuario, menos bañados, más arena, una dinámica de corrientes más benignas. Que la morfología del terreno, así se dice, ya los beneficiaba de entrada. Pero hay algo más que estos azares geográficos. A la buena estrella de la margen norte del Río de la Plata, los vecinos le sumaron un designio ambicioso: que el sol, el aire puro, "las arenitas labradas" de la orilla, fueran como el jardín de la república. Como el fondo verde y soleado de la casa de uno.Una buena manera de entender el bien común. Un paseo, una plaza, las veredas amplias, la redes de tránsito que acercan lo que está lejos y hacen que la ciudad entera sea una invitación. Allá la rambla pública, el paseo común, la playa, parecen hacer realidad el sueño igualitario. Sigue siendo un sueño, allá y acá, pero de aquel lado la ciudad produce el espejismo de que ese sueño importa y sigue en marcha. De prósperos a pobres diablos, un mate sobre la rambla no se le niega a nadie.Distribución social de la belleza urbana, diría la crítica cultural, o uno de esos prodigios discretos que los uruguayos sacan de la galera sin más secreto, pareciera, que el de aceptar la majestad de la ley y confiar en que también puede ser una aliada. Lo saben bien en el puerto del Buceo, joya codiciada del paisaje. Cuando los megaproyectos inmobiliarios ya avanzaban en su carrera loca hacia el rascacielos de lujo, se encontraron con la Comisión de...

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