El monstruo que supimos engendrar

Un veterano detective asevera que las multinacionales de la droga no se instalaron plenamente en la Argentina porque éste es un país impredecible, individualista y poco serio, y que tampoco ha surgido un cartel local de proporciones porque el argentino es incapaz de organizarse. Se trata de una boutade. Pero es cierto que los grandes holdings del narco lavan dinero y operan aquí a mansalva aunque siempre de paso, vendiendo su mercancía a múltiples entrepreneurs autóctonos para solventar su propia logística y concentrados esencialmente en el negocio de la exportación: tienen el criterio de cualquier inversor transnacional, nunca los ha convencido poner dinero a gran escala en una sociedad inestable y con la costumbre de transgredir todo el tiempo las reglas. El delito sólo es el lado oscuro de la lucha por el dólar, explicaba Raymond Chandler. Los megamillonarios de la cocaína se aprovechan de las instituciones débiles y proveen a distancia a las pymes protegidas por uniformados, pero sin atreverse a abrir casas matrices ni filiales. Tenemos la "suerte" de ser demasiado chantas, chapuceros y erráticos para su gusto. Aunque esa desinversión, como se sabe, no nos libró del boom de los estupefacientes, que en su forma atomizada y caótica se consolidó bajo la "década ganada", detonó el consumo social, incrementó la violencia y se convirtió en el modus vivendi de miles de personas.

Llegar al fondo del fenómeno de la inseguridad implica siempre bucear en las características de la sociedad que lo engendró. Ya en 1930, Borges aseguraba que "el argentino es un individuo, no un ciudadano". En nuestra patria -describía-, quien entrega a un delincuente es una canalla y la policía es una mafia. Sobre esta cultura histórica se suman pecados más actuales que fuimos cocinando a fuego lento. Convertimos el Estado en un propulsor de delitos y en un protector de malvivientes. Mantenemos un sistema de financiación de los partidos políticos que alienta la recaudación más oscura. Otorgamos un presupuesto bajísimo para salarios y fondos operativos a las policías, con lo que obligamos a que se moneticen brindando cobertura a ladrones y traficantes. Permitimos sistemas carcelarios con presupuestos exiguos que se autogobiernan y conforman de hecho una infalible escuela superior del robo y el secuestro. Dejamos que colonizaran ide- ológicamente a la Justicia con un garantismo caricaturesco, que en nombre de la piedad es impiadoso con las víctimas. Mantenemos niveles...

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