Mondongo y Albert Pla, exquisito plato de autor

Albert Pla dice que nunca se ha psicoanalizado. Ni siquiera le interesa demasiado el asunto. "No tendría qué decirle", explica con su franca timidez. Lo suyo ha sido y sigue siendo el repentismo puro. Tanto arriba como abajo del escenario. De allí que sus ideas, como las personas, no se analizan. Se concretan y ya. Por más que estas lo lleven a crear una obra basada en los miedos que, según se advierte pomposamente en el texto introductorio, resulta una suerte de "viaje íntimo por todas las etapas del hombre desde la infancia hasta más allá de la vida terrena, cargado de sensaciones, emociones y sentimientos nacidos del fantasma que habita en nuestra mente, alimentado por nuestros pensamientos: el miedo". Para Pla el asunto es mucho más sencillo: "Son cosas que se me fueron ocurriendo y que quería decir acerca del miedo. No exploré ni reflexioné ni nada, son cosas que salieron de manera sencilla y que luego van encajando con otras ideas del equipo y así. A decir verdad, nunca me lo pongo difícil".

El músico y actor catalán acaba de llegar a Buenos Aires, ciudad que tendrá el honor de estrenar mundialmente este nuevo espectáculo que fusiona la música, el teatro, las artes plásticas y el video. Para todo eso, Pla no está solo. Cuenta con su guitarra y sus canciones, por supuesto, pero además en Miedo el músico aparece rodeado por artistas amigos de renombre: el grupo argentino Mondongo (aquellos que pasaron de los grandes retratos hechos con galletitas, hostias, espejitos de colores o pulseritas de oro a los paisajes hiperrealistas construidos en plastilina), el estudio de creación audiovisual catalán Nueveojos y el compositor, músico y productor también catalán Raúl Refree, con quien Pla trabajó ya en la obra Guerra, dos años atrás.

La historia de la alianza entre Mondongo y Pla comienza en un caluroso verano como este, un par de años atrás, en la costa uruguaya. La pareja argentina de artistas compuesta por Juliana Laffitte y Manuel Mendanha y el músico catalán alquilaron casas vecinas y terminaron entablando relación a través de sus hijos. "Él estaba viviendo ahí desde hacía un mes y medio, con sus niños a la puerta para ver si nuestra hija quería ir a jugar con los suyos. Nos hicimos amigos y empezamos a ir a comer mucho a su casa, porque cocina como los dioses. Así se forjó una amistad", recuerda Juliana, vía telefónica, desde Los Ángeles, donde Mondongo se encuentra cerrando una muestra y presentando dos performances al mismo tiempo.

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