Mirar dónde la pelota está; mirar dónde la pelota irá

Oh, sí! -dice Cecilia Cardew, joven aristócrata, dirigiéndose al pretendiente, el señor Algernon Moncrieff, cuando hablan del párroco que podría casarlos, en el segundo acto de La importancia de llamarse Ernesto, de Wilde-. El doctor Casulla es un hombre doctísimo. No ha escrito jamás un solo libro, así es que puede usted figurarse lo mucho que sabe".Nunca he enviado un artículo a The Lancet; tampoco a Nature. Tengo todavía suficiente juicio como para evitar esa locura. Las publicaciones científicas me son absolutamente ajenas por una cuestión de ignorancia orgánica y mi nombre nada les dice ni les dirá a esas revistas capaces de convertir, entre un número y otro, a un profesional desconocido en celebridad mundial. Tal es su prestigio. Dicho sea de paso: nadie es alguien en el mundo científico si no publica papers en inglés.Pero tengo bastante más años de los 18 de la señorita Cecilia Cardew mientras revoloteaba con la impaciencia propia de la edad y entre la implosión de las hormonas que trabajaban de mariposas en la mansión campestre de Tumbridge Wells. Por bastante más viejo, al menos, me inclino con respeto ante quien haya acometido la tarea noble de escribir libros, sobre todo si son buenos, y con más razón hoy si versan sobre ciencias compatibles con la urgencia por respuestas certeras en esta hora de incertidumbre y espanto en la humanidad afligida por un maldito virus. Aunque no las haya todavía, somos deudores de gratitud a esas tropas de médicos y enfermeros de la primera línea de fuego que velan por nuestra salud mientras el enemigo propende a producir más estragos que los ya hechos por doquier.Como en circunstancias de hondo dramatismo en el planeta es útil aliviar las llagas a flor de piel que exacerban las cuestiones de género de un tiempo a esta parte, deberé decir que tampoco valido las alegaciones del pretendiente de Cecilia Cardew. En su desdeñoso comportamiento de salón, pulido incansablemente como arte al servicio del escándalo mundano, el señor Algernon sostiene que el ejercicio de la crítica literaria no es para cualquiera. Que debemos dejarla, por lo tanto, en manos de quienes "no han estado en una universidad". He sentido, por motivos específicamente personales, como se comprenderá, un golpe en el hígado cuando a renglón seguido Algernon murmura: "¡La hacen tan bien en los diarios!".Podría decirse que la crítica afilada de Wilde a la frivolidad y ligereza aristocráticas encuentra hoy su contracara en la preocupación...

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