Mentiras sin gracia, tonterías sin nombre,decadencia sin fin

Un miembro de la comunidad amish, ese entrañable grupo menonita que suele aislarse en el campo y que se resiste a la modernidad y la tecnología, viaja con su hijo hasta Nueva York y al llegar al hotel se queda perplejo frente a una extraña caja metálica que domina el vestíbulo: un simple ascensor. Ambos observan boquiabiertos cómo una anciana se introduce en esa misteriosa caja y luego, a continuación, cómo los números luminosos indican 1, 2, 3 y 4. Pocos minutos después, los números son decrecientes: 4, 3, 2 y 1, y de esa misma caja sale una rubia de formas insinuantes. Es entonces cuando el padre amish le dice a su hijo: "Tenemos que meter a mamá en esa caja".A Pepe Nun, ex funcionario kirchnerista y uno de los politólogos más reconocidos de América latina, le gustan los chistes de salón. Se ríe al contarme este cuento ingenuo un segundo antes de hablarme acerca del esoterismo económico, y también sobre los malentendidos y supersticiones de un gobierno que no puede reconocer las cosas tal como son. Recurro a Nun para charlar un rato sobre el crudo diagnóstico que trazó esta semana el diario francés Le Monde, según el cual nuestro desempeño económico se acerca al de Venezuela y estamos en una imparable dinámica de decadencia. "La Argentina muestra el carácter ilusorio de los discursos de las elites políticas, basado en mitos y en la negación de la realidad -dice el periódico-. Muestra el carácter suicida de la negativa a adaptarse al mundo exterior."Puesto a elegir cuál es el problema central de nuestro país, Nun prefiere sin embargo hablar del personalismo. Poco antes de morir, el economista y sociólogo alemán Max Webber dio una conferencia para sugerir que acaso el mayor drama político consista en que un líder anteponga su vanidad. Si le sucede a un investigador científico no es tan grave, pensaba Webber, pero cuando la vanidad domina al dirigente resulta verdaderamente letal, puesto que lo guía el instinto de poderío y supremacía, y esto se ve robustecido con el narcisismo. Que usualmente desemboca en una suerte de borrachera de poder. El borracho no ve los hechos reales y pierde el sentido de la responsabilidad plena: la culpa pasan a tenerla siempre los otros. Esta concepción retrógrada de la democracia, que en tiempos recientes se reactivó cuando Cristina Kirchner ganó con el 54% y resolvió "ir por todo", nubla cualquier juicio, y de esa malformación de manual no sólo derivan errores técnicos garrafales, sino también un peligroso fenómeno social que...

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