Los medios, el salvajismo y el hastío presidencial

En los años cincuenta, cuando el maccarthismo oficial estimulaba en la atmósfera norteamericana a fanáticos de diversos rubros, se planteó en Iowa un dilema de ética periodística que aún hoy es objeto de estudio en algunas universidades. Un día apareció pintada una esvástica en una sinagoga. Lo dio a conocer, entre muchas otras noticias, una radio muy escuchada. Al día siguiente apareció otra esvástica en otra sinagoga y volvió a informarse del hecho. Cuando las profanaciones fueron cuatro, el director de la radio entendió que la divulgación y los hechos se retroalimentaban. Dispuso entonces no dar más cuenta de ellos.Su decisión, a la que por cierto siguió el declive de las esvásticas, abrió un intenso debate en el mundo de los medios de comunicación, un mundo reacio a ser responsabilizado por las consecuencias de las noticias que publica. Si en nombre de aminorar daños se expandiera la autocensura, sostienen los que alertan sobre el riesgo de que alguien vigile con criterio moral lo que la sociedad debe saber o debe ignorar, naufragaría la libertad de prensa.Es obvio que la actual a ladrones o supuestos ladrones apila -de personas comunes, observaría Hannah Arendt- que se enteraron por los medios del fenómeno en boga y, puestos frente a la ocasión, lo replicaron. Huelga aclarar que los medios en general no recomiendan moler a patadas a ningún carterista, ni siquiera a un violador. Informan de cada desmadre, de cada salvajismo; a veces machacan, es cierto. También lo cuentan con sesgo reprobatorio. Sin embargo, la sincronía de este reverdecer de la lapidación llevó a que varios voceros del Gobierno celebrasen lo que según ellos es una verificación consagratoria...

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