Mateos porteños: la decadencia de un paseo cada vez más cuestionado

Antonio Palumbo reconoce que la situación lo "angustia". Le duele cuando alguien le grita que deje libre al caballo. Le duele cuando una mujer se para frente a su carruaje con una pancarta con la que lo acusa de torturar al caballo. Le duele que la mayoría de las personas que pasan por la vereda del ex zoológico porteño apenas lo mira de reojo. Le duele saber que no tiene hijos que quieran seguir su oficio y que ninguno de los hijos de sus compañeros está dispuesto a agarrar las riendas de alguno de los ocho mateos que sobreviven a 170 años de servicio en las calles porteñas. Le duele saber que el gobierno de la ciudad ya no quiere que sean caballos los que tiren de esos carros. Pero lo que más le duele es la agonía, la quietud con la que ellos mismos ven cómo desaparece su oficio.

"Sé que soy de otra época, que tengo 70 años y me crié en estos carruajes. Pero te juro que el caballo no sufre". Palumbo es el cochero que más años tiene de oficio: 54. Y el único que llegó a trabajar cuando el mateo era un auténtico medio de transporte que partía de las plazas Constitución, Retiro, Miserere y Congreso. Trabajó dos años en Retiro, hasta julio de 1966, cuando se prohibió la tracción a sangre y los mateos quedaron exceptuados como vehículos de paseo limitados a los bosques de Palermo. El tranvía, surgido en 1870; el colectivo, en 1922; y los Ford T y A le habían quitado la razón de existir a una flota de carruajes que llegó a ser de 4700 coches. "El caballo no sufre, te juro -insiste Antonio y sabe que desligarse de esa acusación es la principal pelea para sostener la actividad-. El coche no va cargado. Además, el caballo sale a trabajar a las 10 de la mañana y vuelve a las cuatro o cinco de la tarde".

La existencia de los mateos acaba de llegar a la mínima expresión en toda su historia: ocho coches. Entre semana, salen cuatro. Y los fines de semana, todos. Hace dos años eran 16. Y hace tres décadas, 100. "Los que agarraron otro laburo, se fueron. Ya no se trabaja casi nada. En un día, hacemos dos o tres viajes de $ 200, que es el paseo de 30 minutos. Cada uno se llevara unos $ 6000 por mes. Hace un año y medio o dos hacíamos $ 15.000", dice Marcelo Fiterman, que tiene 47 años, maneja mateos desde los 13 y heredó el oficio de su abuelo. Es tercera generación de cochero. Junto con Pascual Galati son los dueños de los únicos dos corralones donde descansan los caballos y se guardan los carros, fabricados en París entre 1890 y 1920. Están en Castillo...

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