La Matanza: una Argentina marginal y feroz en el corazón del conurbano

Para encontrar una versión dramática de la Argentina, una de sus expresiones más postergadas e injustas, no hay que viajar cientos de kilómetros hasta parajes miserables de alguna provincia del Norte. Está a 20 minutos de la Plaza de Mayo.

Con sus 114 villas y asentamientos, y una pobreza estructural que excede por mucho a esos barrios, el megapartido de La Matanza es una expresión cabal del conurbano profundo, el vasto territorio donde el país se queda sin niveles mínimamente razonables de salud, educación, trabajo, asfalto, agua, cloacas, electricidad, gas y transporte.

LA NACION recorrió durante tres semanas la geografía feroz de este distrito, mítico feudo del PJ. Por momentos resulta un descenso a los infiernos. Apenas hay que asomarse y aparecen hospitales colapsados, zonas colonizadas por el narco, inseguridad, corrupción, mafias, un sinnúmero de calles de tierra, cientos de basurales a cielo abierto y caseríos de mala muerte que periódicamente son arrasados por las inundaciones.

La Matanza tiene unos 2,2 millones de habitantes, con cerca de un 40% de pobres. Es el partido más poblado de la provincia, un conglomerado sólo superado por la Capital y las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Con sus 330 kilómetros cuadrados, es el más extenso del GBA, al punto de que reúne los tres cordones urbanos: primero, segundo y tercero, desde la General Paz hasta Cañuelas. Los proyectos para dividirlo han fracasado.

Caótico, multifacético, intimidante, La Matanza es, como otros distritos del conurbano (Quilmes, José C. Paz, Lanús, Lomas de Zamora), un monumento a la marginalidad y la decadencia. Y a la disparidad. De los grises monoblocks sobre la General Paz a los barrios residenciales de Ramos Mejía; del flamante Metrobus de 16 kilómetros sobre la ruta 3, a las tinieblas de la villa Puerta de Hierro, en Isidro Casanova; del febril enclave boliviano de Villa Celina, pegado a la Autopista Ricchieri, a descampados convertidos en basurales sobre la ruta 1001, en González Catán; de la calma provinciana de Aldo Bonzi al estallido comercial del centro de Gregorio de Laferrère, todo tiene lugar en este partido, gobernado sin interrupciones por el peronismo desde 1983. Su intendenta es la ultrakirchnerista (FPV), activa opositora a Macri y heredera de una de las mayores maquinarias de clientelismo político del país. Magario no concedió una entrevista a LA NACION para esta nota.

Un puntero peronista, que pidió no ser identificado, acompaña a LA NACION en una de las recorridas. Tiene 51 años y es matancero de nacimiento. Vivió el proceso de desindustrialización que comenzó en los años 80, la explosión demográfica (entre 2001 y 2010 la población creció 41%) y el virtual retiro del Estado. Habla de la potencialidad del partido y de su extraordinaria fuerza laboral, pero no niega lo que salta a la vista: los niveles de vida bajísimos, problemas de infraestructura, falta de servicios. No sólo no los niega: los muestra. En Virrey del Pino, una mañana lluviosa de mediados de mayo conduce su auto hasta la puerta de una escuela, a la que muchos chicos llegan caminando desde un asentamiento que queda a 20 cuadras. Tienen jeans gastados y los zapatos recubiertos por una bolsa de plástico. "Fíjense -dice el puntero-. Ahora las madres los cambian, les ponen el delantal y les sacan...

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