Martín Fierro: la TV abierta frente al desafío de construir un nuevo paradigma

Fue una noche de oro y también de barro. Los Martín Fierro cerraron el superdomingo televisivo envueltos en una gran paradoja. De un lado, convalidaron la larga e indiscutida consagración de Un gallo para Esculapio como el mejor programa de la TV abierta de 2017. Del otro, dejaron más que nunca al descubierto la endeblez de una celebración anacrónica, aburrida hasta la exasperación. Y, lo que es peor, indiferente hasta para sus propios destinatarios.

Esta contradicción plantearía a primera vista un dilema muy difícil de resolver. Una nueva matriz televisiva (muy bien representada también en títulos como El lobista y El marginal) dispuesta a mirar hacia adelante, junto a una ceremonia vacía de imaginación y falsamente convencida de que la televisión abierta conserva su protagonismo y su lugar central en el universo mediático gracias al brillo de su historia y de sus estrellas.

La única manera de superar esa encrucijada es salir hacia adelante; reconocer desde la baja del encendido y el rating que el modelo tradicional está en cuestionamiento, y empezar a preguntarse en la Argentina, como se viene haciendo en el resto del mundo, de qué manera la TV abierta puede acomodarse en un futuro dominado por las multipantallas y otro paradigma de consumo. La rareza de haber visto a la misma hora a Woody Allen en un canal de aire local refuerza la necesidad de pensar de otro modo.

Lo cierto es que la transmisión del Martín Fierro no solo repartió distinciones a lo mejor de la producción televisiva de 2017. Se ganó anteanoche con creces el reconocimiento al programa más aburrido de toda la temporada, llevando al extremo todos los defectos y las incongruencias que viene mostrando en los últimos años.

Al estar autodefinida y presentada por sus organizadores como "la gran fiesta de la televisión", la ceremonia del Martín Fierro debería por definición reflejar mejor que ninguna otra el estado de la pantalla chica, su actualidad y sus perspectivas. Pero, por lo visto anteanoche, el propio medio está muy lejos de hacerse las preguntas correctas si pretende salir de la encrucijada que no le permite vislumbrar un futuro con algún tipo de influencia.

¿Por qué nos aburrimos tanto siguiendo la única ceremonia en la que confluyen todas las grandes figuras de la tele? Principalmente porque esas mismas figuras se empeñan en boicotear el medio en el que trabajan. No parecen dispuestas a celebrar a la televisión que tanto dicen querer ni contagiar al área creativa...

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