Malos presagios en el momento de la verdad

En el elegante reservado del primer piso de un restaurante que ya no existe, Jesús de Polanco nos esperaba con una sonrisa práctica y un apretón de manos. El restaurante era un clásico porteño y quedaba sobre Avenida de Mayo, y en reencarnaciones anteriores se habían sentado a sus mesas Mitre, Darío, Lugones, Gardel, Caruso, Joan Crawford y Maurice Chevalier . La leyenda de Polanco, en el mundo de la política española y en la historia del periodismo global, no era menos impresionante: convirtió en un suceso al diario El País de Madrid y levantó un imperio llamado Prisa . Corrían los tiempos de Fernando de la Rúa , y Polanco citó a los periodistas referenciales de los diarios y revistas porque buscaba hacerse una idea realista acerca de cómo marchaban las cosas: pensaba invertir en la Argentina, pero abrigaba ciertas dudas. Nos dejó hablar durante todo el almuerzo y cuando pagó la adición y separó la propina, volvió a sonreír haciendo cuentas mentales y formuló una pregunta brusca: "¿ Cuándo acabará la convertibilidad ?". Todos los comensales -de izquierda a derecha- le respondimos con extraña unanimidad: nunca . Y le explicamos que la sociedad había "comprado" ese sistema de cambio fijo, que ningún dirigente podía ganar las elecciones si proponía cancelarlo y que en consecuencia había venido para quedarse. Todavía con los billetes en la mano, Polanco se inclinó hacia adelante: " No, ustedes no han entendido -nos dijo-. La pregunta no es si acabará, sino cuándo: ¿en los próximos meses o en el próximo año? Porque les aseguro que el desenlace es inexorable ". Aun así nos levantamos de esa mesa con canchero escepticismo. Algunos meses más tarde el FMI le soltó la mano al Gobierno, sobrevino un accidente macroeconómico y acontecieron los tristes episodios de 2001. Cuando esa catástrofe finalmente se desencadenó pensé en aquella tarde con Polanco: los chicos más listos y mejor informados de la cuadra mediática nos habíamos equivocado garrafalmente, pero el episodio no me parece hoy solo constreñido al área de la prensa o de las fallidas profecías de los economistas profesionales. El horizonte era mucho más amplio. La negación abarcaba entonces a toda la opinión pública y a la inmensa mayoría de la llamada gente de a pie: el pueblo. Aquella negación colectiva se parece en algo al espejismo de la guerra de Malvinas , cuando los observadores internacionales nos aseguraban que marchábamos hacia una derrota y cualquiera de nosotros lo negaba con...

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