El malabarista de la ilegalidad

Alberto Fernández

Borges decía que, dado que el universo es infinito, podemos seguir cayendo infinitamente. Alberto Fernández está dispuesto a poner el cuerpo a esa ironía. No para de caer. Primero, recurrió a la cadena nacional para denunciar una reunión de varios jueces, un espía, dos ejecutivos de Clarín y dos funcionarios de Horacio Rodríguez Larreta, de la que, como él reconoció en ese momento, se enteró por medios clandestinos. En menos de una quincena anunció que no acataría un fallo de la Corte Suprema de Justicia a favor de la la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires. En los últimos días está combinando ambas desviaciones: se sirve del espionaje irregular para promover el juicio político del máximo tribunal del país, empezando por su presidente, Horacio Rosatti. Fernández ya es un malabarista de la ilegalidad: pretende inaugurar una práctica aberrante que es la de condenar a alguien por el contenido de sus conversaciones privadas. Sería interesante que, mientras avasalla estas prerrogativas, Fernández tuviera la caballerosidad de, al menos, poner a disposición del público el contenido de su teléfono. Lo más insólito de todo: él consagra estos atropellos en nombre del Estado de Derecho.

No hay que ser abogado para saber que los fallos están para ser obedecidos. Más todavía cuando nos parecen equivocados. Es en ese caso cuando más brilla el imperio de la ley. Tampoco se necesita ser un experto para entender que las garantías tienen carácter universal. La Constitución no resguarda la privacidad de las comunicaciones, a pesar de que , sino por que en esos intercambios puede haber mensajes impresentables. Si todos los chats fueran angelicales, no habría necesidad de protección.

La judicialización que hace Fernández de la intervención subrepticia de una comunicación es un catastrófico homenaje a Héctor Timerman. El excanciller fue procesado en la causa por el Memorándum con Irán por una conversación privada con el presidente de la DAIA, Guillermo Borger. El juez Daniel Rafecas rechazó esa prueba. Pero Claudio Bonadio la admitió. Los camaristas Gustavo Hornos y Mariano Borinsky le dieron la razón. Pésimo antecedente al que hoy, "con esa lógica peculiar que da el odio", pretende apelar Fernández.

El Presidente es consciente de estas contradicciones. Pero para entender su estrategia no hay que detenerse en el desaguisado institucional que está protagonizando. Su propósito es político. Para entenderlo hay que leer el contexto en el que actúa. En el peronismo se está disputando la candidatura presidencial para las elecciones de octubre. El torneo es más encarnizado desde que Cristina Kirchner dijo que no va a competir. Fernández cree que él está en condiciones de hacerlo. Fantasea con la reelección. Compite con Sergio Massa y Eduardo "Wado" De Pedro, dos de sus ministros. Además de...

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