Dos maestros japoneses descubren sus tesoros

A uno lo llamaron el Shakespeare del cine, su Bach o su Picasso, y su nombre, Kenji Mizoguchi, es insoslayable cuando se habla de los grandes creadores del cine japonés. El nombre del otro, Keisuke Kinoshita, es, en cambio, prácticamente desconocido en esta parte del mundo, y sin embargo fue muy popular en Japón, donde ejerció notable influencia en cineastas de la generación que lo sucedió. Como no sea el admirable dominio del oficio y la atención que ambos solían prestar a la condición social de la mujer, no parece haber muchos elementos en común entre estos dos maestros a los que la Cinemateca consagrará un ciclo de exhibiciones en la sala Lugones a partir del sábado. Salvo, quizá, que las obras de ambos, como las de casi todo el cine japonés clásico, permanecieron virtualmente ausentes de las pantallas occidentales hasta que Rashomon , de Kurosawa, les abrió camino tras el formidable impacto que causó en el Festival de Venecia de 1951.Nacido en 1898, Mizoguchi debió sobreponerse a la enfermedad, la tragedia personal, la guerra y los desastres naturales para desarrollar, entre 1921 y 1956 (murió a los 58 años), una carrera que abarcó alrededor de ochenta films, de los cuales sólo se conserva una treintena. Duras experiencias vividas en la infancia parecen haber determinado los temas que abordaría de adulto, como director. Tenía 7 años cuando la desmedida ambición de su padre y un negocio fallido llevaron a la ruina a su familia. Tiempo después, su hermana mayor fue dada en adopción y eventualmente vendida a una casa de geishas; Kenji era un adolescente cuando su madre murió y él quedó al cuidado de unos parientes. Si logró estudiar arte, que era su sueño, fue gracias a los sacrificios de la hermana. Se comprende que la opresiva autoridad masculina, la declinación social y el sometimiento de las mujeres tratadas como esclavas asomen una y otra vez en sus films, donde los personajes femeninos merecen especial atención. Uno de ellos, La vida de O'Haru , fue...

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