Un acto más pensado en no molestar que en despertar fervor

MADRID (De nuestro corresponsal).- "¡De a uno, por favor! ¡Señora, el bolso!" Un policía manejaba a los gritos la cola que se formaba en el único punto abierto al público para entrar a la Plaza de Oriente.Felipe y Letizia desde el balcón principal del Palacio Real debían pasar por arcos detectores de metales y mostrar que no portaban banderas republicanas ni ningún símbolo hostil a la monarquía.Las precauciones de seguridad no impidieron que la plaza luciera llena cuando los reyes irrumpieron a la luz del mediodía."¡Felipe, Felipe!", gritaban algunos. Otros agitaban en silencio banderitas españolas que habían repartido desde temprano empleados municipales.Infinidad de turistas trataban de forzar el zoom de sus cámaras para retratar el momento histórico que les tocó atestiguar.Sobria, sin excesos, la presentación pública de los nuevos reyes a los españoles que en despertar su fervor.Era feriado y el centro de la capital estaba blindado, con miles de policías distribuidos para controlar a cada transeúnte que se acercara a ver el desfile callejero de los nuevos reyes.La brutal eliminación de la selección española del Mundial de fútbol había amargado el día de la proclamación del rey. Duraba la resaca de una noche deprimente.Felipe quiso mostrarse cálido y cercano. Fuera de lo anunciado por el protocolo, recorrió de pie en un Rolls Royce descapotable los tres kilómetros que separan el Congreso de los Diputados, donde juró, del Palacio Real, donde ofrecía una recepción para más de 2000 personalidades.A lo largo del camino, detrás de vallados con los colores de España, varios miles de personas saludaron el paso del sucesor de Juan Carlos y de los caballos de la...

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