El lujo desembarcó en el Delta

Un paraíso natural redescubierto. Pocas definiciones le cuajan mejor a una porción cada vez mayor de la primera sección del Delta, erigida hoy en imán de inversiones diversificadas, orientadas a arrancarle a ese vergel un provecho hedonista, de alta gama, con sustentabilidad ecológica.Su antigua rusticidad, como identidad unívoca del Delta, quedó ahora definitivamente atrás: en el último lustro crecieron y se afianzaron los servicios y la infraestructura premium, pensada para aquellos a los que el solo argumento de naturaleza virgen más servicios básicos les resulta insuficiente. Este año quedó sellado el nuevo perfil del Delta: de la bohemia pasó a ser un rincón premium."Si venís seguido al Delta, llega un momento en que aspirás a algo más que comer un asado y dormir en un recreo", graficó Andrés Troelsen, quien comercializa lanchas y cruceros y observa con buenos ojos la expansión VIP que él mismo usufructúa.Acicateados por una demanda que busca vivir experiencias con un valor diferencial, hoy el abanico de servicios en el mayor pulmón del conurbano norte va desde spas a bordo de lujosos yates, con meditación y yoga en la proa, hasta sesiones de ozono, fangoterapia y reflexología en los hoteles boutique, jactanciosos de su gastronomía gourmet con énfasis en los sabores isleños. Una novel identidad culinaria cimentada a partir de quesos artesanales, pescados como el pacú, el surubí y el pejerrey tigrense, las salsas cítricas y las nueces pecan.Pero hoy el encanto del Delta excede a la cada vez más populosa cofradía náutica: alcanza a los extranjeros que visitan Buenos Aires y suma a los visitantes locales en plan de turismo exprés. Todos demandan servicios de calidad para ese edén flotante de exiguas plazas para poder dormir.El sabor de lo exclusivo"El día en que esto esté muy difundido, dejaré de venir", se sincera Julio Pellegrino, un comerciante quilmeño que, días atrás, estrenó su primer fin de semana en el Lodge y Spa Rumbo 90, sobre el Canal del Este. La excusa fue el cumpleaños de su mujer, Adriana. "Me trajo ella. Venía maldiciendo por los mosquitos. Pero quedé sorprendido por la infraestructura, la atención y la excelencia culinaria", contó.Virginia Góngora vive en Nueva York y regresó al país para las Fiestas. Al Delta la trajo una amiga para hacer día de spa y relax: leyó, recorrió senderos a la vera del río y se fotografió junto a pavos reales. "Necesitaba del verde y del agua como contrapeso de la ciudad", dijo, y se perdió entre sauces...

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