Leyenda: Barcelona selló el triplete y amenaza con abrir otra era genial

BERLÍN.- Las piezas encajaron de nuevo. Este Barça que anoche saltaba y cantaba bajo el cielo berlinés se hizo invencible cuando consiguió ganarse a sí mismo, a su leyenda.

Hace cinco meses naufragaba en la nostalgia de un esplendor lírico que ya no daba resultados. Al borde de la ruina se aceptó diferente: práctico, astuto, fulminante como descarga eléctrica.

El triplete que conquistó anoche al apropiarse de la Champions League con un 3-1 ante la noble Juventus de Massimiliano Allegri recolocó al FC Barcelona en la senda de la historia. Iguala la hazaña del equipo de Pep Guardiola versión 2009 y coquetea con otra era hegemónica en el fútbol de clubes.

Un hilo bien visible ata al viejo y al nuevo Barça. Antes y ahora está Lionel Messi, en su evolución permanente, camaleónico, sin límite identificable. Incluso cuando no deslumbra de principio a fin, como ocurrió ayer, tiene el don del desequilibrio. De sus pies salió la reacción que tumbó a los italianos después de que Álvaro Morata pusiera el 1-1 transitorio. Tomó una pelota en tres cuartos de cancha, apiló defensores con una diagonal envenenada, disparó y el rechazo de Gianluigi Buffon le quedó servido a Luis Suárez para el gol.

Quiso el destino que el triunfo mayor del equipo de Luis Enrique se ejecutara con dos contragolpes, justo cuando la Juve le disputaba el dominio de la pelota.

El técnico asturiano consiguió amalgamar las dos almas de una generación extraordinaria de deportistas. El tricampeón se permite abrir el partido con la aparición fantasmal de Andrés Iniesta en al área para servir el tanto a Iván Rakitic y cerrarlo con la galopada de Pedro que Neymar convirtió en el 3-1.

Los tres goles de Berlín los marcaron los "nuevos", pero la mutación la empujaron los de siempre. En la fiesta sobre el césped del Estadio Olímpico sobrevivían seis campeones del 2009: Messi, Iniesta, Xavi, Sergio Busquets, Gerard Piqué y Dani Alves. Y siete del 2011: todos ellos más Javier Mascherano.

"Nunca me imaginé que iba a poder ganar tantos títulos en tan poco tiempo", decía anoche Luis Enrique en la sala de prensa, distendido y eufórico por primera vez en su año de montaña rusa.

El hombre impuso su estilo. Desafío a la escuela holandesa. No le hace asco a tirar un pelotazo. No se relame con la posesión como fin en sí mismo.

Pero en el viaje al esplendor aprendió también a controlar su rigidez. Supo ceder cuando se dirigía al ocaso. El 4 de enero en un partido en San Sebastián sentó a Messi en el...

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