La letra secreta de los soldados nazis

Marie Moutier estaba trabajando para una organización francesa que se ocupa de localizar las fosas comunes de las víctimas del genocidio nazi cuando dio con ellas. En el edificio de la Memoria del Holocausto, de Washington, dio con un archivo fabuloso que contiene unas 16.000 cartas de soldados de las fuerzas armadas alemanas que operaron en el teatro bélico entre 1939 y 1945. Al leer tan sólo una parte de esa correspondencia, celosamente guardada en el Museo de la Comunicación de Berlín, lo que llamó poderosamente su atención fue el retrato palpitante de la vida privada que tenía ante sí: páginas enteras -el papel en muchos casos deteriorado por el tiempo; la caligrafía vacilante de quien escribe a la luz tenue de una vela, temblando en la intemperie glacial del invierno o presa de la incertidumbre o el miedo- que revelaban los sentimientos más íntimos de los combatientes: la duda, la emoción sincera, el rencor velado por una sospecha de infidelidad, la felicidad, el pánico por la inminencia de la muerte.

Detrás de esas máquinas de matar, pensó, había hombres. Cartas de la Wehrmacht es el resultado de esa pesquisa monumental. El alma humana se desnuda en su más inquietante y oscura complejidad. Cuando se acallan los ruidos de la barbarie y se diluyen las imágenes del horror, los soldados se prodigan amorosamente con sus madres y esposas, dejan testimonio de su fina sensibilidad artística al describir con asombro las joyas del arte y la arquitectura europeas, muestran su inquietud por el futuro que aguarda a sus seres más queridos.

Algunas veces -especialmente en el comienzo de la guerra, cuando las tropas alemanas se expanden en el territorio- la letra se inflama con el sentimiento nacionalsocialista y un soldado deja una nota amarga de cinismo: "Por el camino les ha salido al paso un desafío -escribe uno en la ciudad francesa de Calais-: no serán muchos los que consigan volver a su patria, porque nuestros aviones han tenido una charlita con ellos en altamar".

Lo esencial -como sucede a menudo- está en lo no dicho, en la sombra de lo que se escribe.

Un estudiante de artes y literatura, lector de Claudel y de Racine, le escribe a su amigo de la infancia: "Nos maravillamos ante la plenitud de la belleza como nos horrorizamos ante esa terrible pasión que sufren nuestros soldados". Las fulgurantes ciudades europeas -París, Nápoles, Oslo, Praga- deslumbran a los soldados...

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