El largo silencio de la oposición

Las horas frente a la pantalla son todas iguales. Después de una jornada de trabajo remoto parece que el día se fue en un suspiro. La y la existencia virtual a la que estamos limitados en razón del virus trastocan la percepción del tiempo. La sucesión de días pierde relieve y da lo mismo martes que sábado. Cuando por la noche dejo mi escritorio y paso de la falta de textura de la virtualidad a la realidad de la mesa familiar, con sus voces y sus roces, hay un momento en que no estoy ni en un lugar ni en el otro. La vida remota me vuelve un ser remoto, al menos hasta que hago pie de nuevo en las cosas. Esta sensación de extrañeza se combina con la incertidumbre de la pandemia, que desbarató presupuestos asentados en el pasado y redujo el futuro a un signo de interrogación. El peligro, en este limbo, es dejar de vivir para simplemente sobrevivir. Entregarnos. Aceptar lo inaceptable. Por inédita que sea la pandemia, por pasajera que la juzguemos, hemos aprendido a convivir con ella y eso puede hacernos bajar la guardia. ¿Por qué? Porque uno se acostumbra a no acostumbrarse.Me topé con esta frase esta semana, durante el recreo que me doy después de almorzar. La escribió Thomas Mann hace casi cien años y la puso en boca de Hans Castorp, protagonista de La montaña mágica, que explica así el modo en que se va quedando indefinidamente en un sanatorio para tuberculosos ubicado en los Alpes suizos al que había llegado de visita, y donde el tiempo transcurre de modo muy distinto al de la vida ordinaria. Aquello que parecía inadmisible termina naturalizándose por simple adaptación al medio, aun cuando siga pareciendo descabellado. Tiene razón Mann: nos acostumbramos a no acostumbrarnos. Y no hablo solo de la pandemia.¿O acaso no naturalizamos la pobreza? Lleva décadas siendo parte del paisaje, por más que haya políticos que declaman contra ella y gente solidaria que se embarra los pies para mitigarla. Con el virus, la pobreza del conurbano quedó expuesta como prueba del fracaso del peronismo, que gobernó la provincia durante casi treinta años desde la vuelta de la democracia y medró con las carencias de la gente en gestiones clientelistas que arreglaban con la boca lo que perpetuaban en los hechos. Ahora que ese abandono extendido en cientos de villas ganó visibilidad y le puede explotar en las manos, el kirchnerismo descarga la culpa en los cuatro años de la gestión opositora anterior. Otra vez, el recurso ya naturalizado de construir el enemigo...

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