El juego del miedo II

Los que tenemos un poco más de 50 atravesamos nuestras adolescencias -dichosas, atormentadas, soñadoras y confusas- con la amenaza de un holocausto nuclear. De algún modo, los trece días de octubre de 1962, cuando éramos unos bebes, habrían de sellar las tres décadas siguientes, poco más, poco menos.

Era como un zumbido sordo de fondo. Dos naciones de un poderío incalculable estaban aputándose mutuamente con las armas más temibles jamás creadas por la civilización. Ojivas que no sólo sembraban el fuego y la destrucción, sino también una herencia radiactiva para la posteridad y un invierno nuclear al que la humanidad le costaría sobrevivir. Lo había anticipado Einstein, en cuyas teorías se basaba la guerra atómica. "No sé qué armas se usarán en la tercera guerra mundial -dijo-...

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