Un juego estancado, que descuida los conceptos básicos

BERLIN.- Ni el impresionante espectáculo de fuegos de artificio que hacía de coreografía a los desbordantes festejos de los jugadores italianos alcanzó para mitigar la sensación de vacío futbolístico que dejaba el Mundial. ¿Y esto fue todo? ¿Sólo con esto hay que conformarse?, fueron los primeros interrogantes que podían desprenderse de la consagración de una Italia amarreta, símbolo de un torneo que tuvo un fútbol anquilosado.

No había nada nuevo ni sorprendente en esa postal final del imponente Olympiastadion. El Mundial había sido más una fiesta en el entorno, en el ambiente, que en la cancha propiamente dicha. Mientras el juego parece estancado y sin renovados atractivos, cada vez más gente, adulta y nuevas generaciones, se suma a los estadios con la devoción de quien participa en un rito sagrado.

Vaya paradoja. A menos goles, menos grandes equipos, menos figuras, más participación y repercusión popular. ¿No habrá llegado la hora de que el hincha deje de ser un consumidor complaciente y comprensivo con lo poco que se le ofrece desde el terreno? No se adivina que el cambio provenga desde la cancha, mientras a los directores técnicos no les interesa tomar riesgos y los jugadores son sumisos cumplidores de órdenes y estrategias.

El Mundial pasó sin mayores novedades. Sin recambio ni renovación. Que Zinedine Zidane haya sido elegido el Balón de Oro es todo un síntoma, más allá de que en su injustificable agresión a Materazzi muchos vean una falta de Fair Play suficientemente grave como para no adjudicarle la distinción. Pero en lo que concierne estrictamente al juego, Zidane, a los 34 años, ya sin la...

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