Un juego de espejos

Solía ser un tema de conversación durante las tardes en familia cuando habían terminado las vacaciones o, con aprensión, antes de que empezaran. Pronto llegarían con sus autos, equipos de mate y conservadoras de hielo; escucharíamos las preguntas precipitadas a panaderos y verduleros del pueblo, una detrás de otra sin esperar respuesta, y la cadena de protestas porque en las provincias no había más que dos canales de televisión (estaciones repetidoras de las telenovelas y los noticieros hechos en Buenos Aires) y pocos programas de música para mitigar los nervios en los sinuosos caminos serranos.

Los porteños tenían sus costumbres, sus modos de hablar y de vestir, virtudes y defectos. Se los llegaba a querer por unos y otros. No se podía negar, además, que el dinero era uno de los atributos por el que se les toleraba la impaciencia, la sorna o los prejuicios, que no desconocían fronteras. En el pueblo donde vivíamos y en otros cercanos, lo que se recaudaba durante la temporada de verano servía para ir tirando el resto del año. Aunque en verdad nadie (excepto los porteños) pensaba que el otoño, el invierno y la primavera fueran "el resto" del año, se había implantado esa creencia sobre la renta que se cosechaba en verano.

No conocía el significado de la palabra "arrogancia", pero las descripciones de mis tías hubieran servido como ilustración cabal de esa enérgica disposición del ánimo. Las suyas eran más bien interpretaciones completas; hoy diríamos que hacían performances con imitaciones de maneras de pronunciar la doble erre y la doble ele, de los gestos ampulosos que a veces terminaban con un golpe de puño en la mesa (si no había una mesa cerca, el puño derecho caía sobre la palma de la mano izquierda), de guiños descontrolados de ojos y de medias sonrisas. Si bien los habían definido como "sobradores", los porteños nos hacían reír cuando se habían ido.

Años después, en Buenos Aires, la escena se repitió a la inversa. Los porteños interpretaban los personajes que habían conocido durante sus paseos estivales, que al escucharlos yo imaginaba como excursiones de latifundistas por las provincias, de conquistas hechas a través de la compra...

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