Jeffrey's, Austin, circa 1991

-Me han dado una beca en Austin -le dijo Daniela a su novio, Barclays-. Me voy a hacer una maestría en la universidad de Texas.

-¿Y luego qué? -preguntó Barclays, sintiendo un leve temblor en las piernas, señal de que el mundo le era hostil.

-Luego no sé -dijo Daniela-. Supongo que haré un doctorado.

Daniela llevaba unos años siendo novia de Barclays. Se habían conocido en la universidad católica: ella todavía era virgen, él había fracasado dos veces en burdeles de baja estofa, instigado por sus amigos mayores del periódico, putañeros y borrachines todos, ante quienes fingió que había coronado con éxito aquellos encuentros con mujeres desangeladas, en alquiler.

Por eso, cuando Daniela y Barclays hicieron el amor, en el umbral de los veinte años, tuvieron que fumar marihuana para sosegar los nervios, aplacar la ansiedad y dejar que los cuerpos se hablasen en el lenguaje erizado e impaciente del deseo. Sintieron un deslumbramiento que no conocían, una tensión y un éxtasis que acaso confirmaron la certeza del amor entre ambos. Todo era perfecto hasta que Daniela descubrió que el condón se había roto. Al borde de un ataque de nervios, rompió en llanto, segura de que había quedado embarazada. Barclays, todavía risueño por el cannabis, llamó a su tío y padrino, el mejor ginecólogo de la ciudad, el chino Romero, y le explicó la crisis en que se hallaba. El chino Romero lo calmó, se rio del entuerto y los citó en su consultorio al día siguiente. Acudieron a la hora pactada. El chino, un hombre sabio y ocurrente, muy querido por sus pacientes, le dio una pastilla a Daniela y le dijo:

-Quédate tranquila, primita linda, que con esto te viene la regla rapidito.

Luego miró con sus ojos de gato a su sobrino y ahijado, el volado Barclays, y le preguntó:

-¿Y tú cuánto duras?

Barclays sonrió, abochornado, y no supo qué responder. El chino respondió por él, riéndose:

-Seguro que eres un gallito. La metes, pin, pin, pin, y terminas apuradito, ¿no?

Daniela se rio. Barclays reconoció sus limitaciones:

-Bueno, sí, terminé rapidito, pero era nuestra primera vez, tío.

El chino Romero se puso de pie, jubiloso, y dijo:

-Caramba, ¡felicitaciones!

Luego descorchó una botella de champán que sacó de una pequeña nevera en su consultorio y brindaron los tres:

-¡Larga vida al amor! -dijo el chino Romero-. Y tú, sobrino, tienes que aprender a ponerte un condón.

Pero Barclays nunca aprendió.

Para celebrar que no serían padres, Daniela y Barclays viajaron al Caribe. Con apenas veinte años, Barclays era ya una estrellita presumida de la televisión. Ganaba más dinero que cualquiera de sus amigos, vivía en hoteles, manejaba autos de lujo. Dejó la universidad, ya no quería ser abogado, prefería ser una estrellita de la televisión, ciertamente le pagaban mejor que a sus amigos leguleyos y...

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