El islam argentino: una identidad que busca su lugar

Hacía tiempo que el ingeniero en electrónica Augusto Kumvich venía leyendo sobre el islam. Hijo de padre judío y madre católica, a los 20 años sintió interés por una religión de la que sabía muy poco. Entonces, leyó en el Corán una aleya (un fragmento) del trono que sostenía el universo. Unas horas después, en la clase de matemática, escuchó la comparación de la fórmula que sostenía el universo con el trono. Sorprendido y asombrado, en ese momento Augusto decidió .

Encaró aquel camino hace ya 13 años y no fue fácil. Conseguir la comida halal (equivalente al rito kosher de los judíos), rezar cinco veces por día, mantener el ayuno durante el mes de Ramadán y aprender el árabe no fue lo más desafiante. Lo que más le cuesta a Augusto es explicar todo el tiempo por qué eligió ser musulmán y por qué esa religión no promueve la violencia ni la sumisión de las mujeres.

De hecho, su mujer, Nancy Falcón, directora ejecutiva del Centro de Diálogo Intercultural Alba, a la que conoció hace dos años y con quien tuvo a su hijo Ismail, también es musulmana. "En la casa de mi familia era normal tener una Biblia y un Corán", cuenta Nancy, criada por su padre formoseño, católico, "bien argentino", y su madre, descendiente de inmigrantes sirios.

En 2001, cuando el atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York conmocionó al mundo, Nancy le preguntó a su madre: "¿Por qué los musulmanes hacen esto?". Y así comenzó una búsqueda intelectual y espiritual que también la llevó al islam.

Aquel 11 de septiembre de 2001, el marplatense Sergio Díaz tenía 14 años. Había empezado a leer sobre el islam por curiosidad y con el paso del tiempo decidió convertirse. Sólo le faltaba contarle a su familia, que no era religiosa, lo que había decidido. Se enteraron un par de años después, porque les parecía raro el comportamiento del hijo, que ayunaba durante días y compraba libros religiosos. "Rezaba a escondidas, en el baño o en las plazas, donde los trapitos me cuidaban los zapatos", recuerda Sergio, que tenía miedo de no ser entendido, porque además era un adolescente. Su amigo, el rosarino Santiago Castillo, también se convirtió al islam en la misma época, pero no fue un acto de rebeldía, sino un llamado personal que se hizo realidad, a pesar de todos los desafíos contraídos.

Para Nancy, lo más difícil fue mantener el ayuno, ya que ninguno de sus colegas y amigos de aquella época eran musulmanes. "Tenía que guardar las galletitas que me regalaban en el trabajo y salir a...

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