Isidoro Gilbert: un gran periodista político de firmes convicciones

La afabilidad natural de , jefe por tres décadas de la corresponsalía de la agencia soviética Tass en Buenos Aires, disolvía las prevenciones de hierro que en el baldío de la Guerra Fría crecían para hombres con funciones tan delicadas como las que él ejercía.¿Era solo el representante periodístico del imperio comunista que pisoteaba, después de abatir al nazismo aliado a los Estados Unidos y el Reino Unido, soberanías y libertades públicas en los países que había alineado en el Pacto de Varsovia con inmisericorde dureza? ¿O era también él mismo un agente de la inteligencia articulada por la KGB en la Argentina? Como era Gilbert amigo de todos, la cuestión no pasaba de ser un juego festejado fuera de las tertulias que él frecuentaba con regularidad. En sus primeros escarceos políticos había concluido en Devoto, al cabo de la famosa redada de estudiantes universitarios hecha por Perón en 1954.¿Periodista? ¿Solo periodista? Se trataba de preguntas que cabían en el imaginario colectivo de la época, cuando, inocentes todavía, creíamos que el Partido Comunista se financiaba en la Argentina con el producido de las librerías de viejo de la calle Corrientes y no con la financiación proveniente de laboratorios nacionales y embotelladoras de Coca-Cola. Es lo que Gilbert reveló en la atrapante narración de El oro de Moscú, el más afamado de sus libros. Si sabía algo más de los secretos de setenta años del PC, muchos de ellos transcurridos en la clandestinidad, el corresponsal notable que falleció ayer por la tarde los ha llevado consigo al otro mundo, de no menores incertidumbres.Cuando se pasa revista de cómo se vivieron en Buenos Aires los años de discordias y desconfianza de la Guerra Fría, asombra comprobar lo bien que la mayoría de los dirigentes comunistas podían llevarse en sus relaciones personales con gentes de otros partidos, o con periodistas que encarnaban idearios absolutamente incompatibles con la dictadura del proletariado, la lucha de clases y el materialismo histórico.El propio Gilbert, como cabeza periodística de la agencia Tass, abría puertas que se hubiera dicho estarían cerradas para él. En su agenda figuraban los teléfonos privados de los jefes políticos de los principales partidos, de ministros y gobernadores, y durante los gobiernos militares, de los mandones de turno y subordinados inmediatos. Podía levantar una copa para despedir el año junto a Ricardo Balbín o al lado de algún...

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