La irresponsable convocatoria de los malos espíritus

El comandante, vestido con su impecable uniforme militar, observaba en Beirut las prácticas de sus subordinados mientras un asistente lo protegía de la llovizna con un paraguas. Perspicaz como pocos, después de haber apostado por el golpe y creer que a lo sumo Videla sería como Lanusse, el comandante Mario Eduardo Firmenich tenía por seguro ahora que la dictadura más oscura de nuestra historia se estaba viniendo abajo: las masas sólo esperaban un chispazo para alzarse contra el régimen; es por eso que durante el Mundial del 78 ordenó a sus agentes que realizaran audaces interferencias televisivas en territorio argentino: un video grabado donde el comandante se dirigía a los desposeídos llamándolos a la acción con la marchita de fondo. Que los desposeídos miraban con irritación o indiferencia. También, por eso, estaba preparando la Contraofensiva, desastrosa operación según la cual la conducción del Ejército Montonero se quedaba en la confortable retaguardia y disponía que cientos de militantes salvados por un pelo de las torturas y la ejecución regresaran a la boca del lobo: venían a hacer la revolución inminente, cuando en realidad los estaban mandando al matadero. La imagen de ese comandante detestado por Perón y protegido por el paraguas de un asistente que parodiaba a Rucci, pinta una cultura.

Pensé mucho en esas imágenes surgidas de Fuimos soldados, otro inquietante libro del historiador Marcelo Larraquy, al repasar en detalle el documento leído en Plaza de Mayo, y luego de escuchar los elogios a la gesta montonera que añadió Oscar Parrilli en nombre de su patrona, para que no hubiera equívoco alguno. El kirchnerismo, finalmente, bajó el cuadro de Videla y subió el cuadro de Firmenich. Fue un hito histórico: organismos humanitarios reivindicando organizaciones armadas que sacralizaron el crimen político y conspiraron contra la democracia. Organismos ecuménicos asumiendo su nuevo rol partidario y explicando implícitamente que ERP y Montoneros tenían razón. "Con el cráneo de Aramburu vamos a hacer un cenicero; para que apaguen sus puchos, los comandantes montoneros", se oye en la niebla de la memoria. "Oy, oy, oy, qué contento que estoy; aquí están los montoneros que mataron a Mor Roig". Narcisismo revolucionario, elitismo militar, sanguinolento folklore, imaginería heroica y martirio: esas son las palabras con las que describía aquel fenómeno el ensayista Pablo Giussani.

Alrededor de 1980 los organismos de derechos humanos le pidieron a...

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