Intifada kirchnerista para festejar la Navidad

De Dios se suele decir que es capaz de escribir derecho sobre renglones torcidos. De Macri, que incluso cuando rema en dulce de leche avanza a buen ritmo. Lo dicen los macristas más exaltados, obvio. Pero esta semana, claramente la peor desde que es presidente, consiguió aprobar las leyes más importantes de su gobierno, Unidad Ciudadana se degradó a banda cascotera, Mariú Vidal pudo hacer sancionar una reforma clave, los mercados festejaron, la CGT va camino de estallar en dos o tres cegetitas y a Cristóbal López y Carlos Kirchner los metieron en cana. Es terrible este Macri. En su peor semana terminó ganando por goleada.

La intifada kirchnerista contra policías desarmados tiene dos caras. Por un lado, Cristina mostró las intenciones con las que llegó al Senado. Trae más piedras que proyectos. Les atribuye a los cascotes mayor poder disuasivo que discursos, negociaciones y debates. De hecho, esta semana faltó a la primera reunión de comisión a la que tenía que ir. Me imagino que le torra participar horas y horas de discusiones en las que lleva las de perder por estar en minoría, y que le resulta mucho más excitante la organización de escraches, cacerolazos, piquetes, saqueos, destrozos, insurgencias. No quiere hablar con otros senadores, sino con barrabravas, lúmpenes, forajidos, sicarios. El trabajo puramente legislativo es infumable para quien ha sido una reina con sueños de eternidad. Está para otra cosa. Ocupa su tiempo en misiones más entretenidas, como acordar con el trotskismo y el massismo o averiguar cuánto cuesta el pase del diseñador de armas Sebastián "Tumba" Romero, su primera opción para reforzar el equipo. Ha ordenado que por lo menos se aseguren la compra del mortero.

Reconozco mi error: yo pensaba que la llegada de Cristina al Senado era su regreso al sistema. Deponía las armas y renunciaba al "club del helicóptero" para jugar desde adentro. Como que había dicho: "Bueno, si no hay más remedio, si no queda otra, probemos con esto de la democracia". Nada que ver. Se metió en el corazón del sistema para fulminarlo desde ahí. Quedó claro esta semana con el trabajo de pinzas entre el Congreso y la horda criminal: la ofensiva en la plaza empezó apenas sonó la campana que convocaba a la sesión por la reforma previsional. Y después, cuando Monzó ratificó que no se suspendía el debate, la horda puso fin a la caza de policías y se fue de turismo de saqueos por la Avenida de Mayo y la 9 de Julio.

Ahora ya sabemos que la violencia es...

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