Internada por anorexia: 'Estaba en Terapia Intensiva y seguía haciendo abdominales cuando nadie me veía'

Leila, que mide 1,65, llegó a pesar apenas 35 kilos en su peor momento de la enfermedad.

"En 2016, cuando tenía 14 años, empecé a obsesionarme con la comida y con mi cuerpo. Me miraba mucho al espejo y quería adelgazar, empecé a restringir algunas comidas, cada vez comía menos y cada vez entrenaba más y más. Todo ese año mi rutina era levantarme, ir a la escuela y no comer nada allí, aunque me moría de ganas de hacerlo. Veía a mis amigas y compañeros comer tan libremente y no lo podía creer, no entendía como lo hacían. Luego volvía a casa, almorzaba muy poquito, me iba a hockey donde entrenaba alrededor de tres horas y después iba al gimnasio dos horas más sin comer. Como si con eso no me alcanzara, hacía bici fija un rato más, me bañaba, cenaba poco y nada y me dormía. Y lo más fuerte es que me ponía alarmas a la madrugada para hacer alrededor de 2.000 abdominales y si no lo cumplía no me volvía a dormir".

Así de crudo es el relato en primera persona de Leila Rogantini, una joven que actualmente tiene 19 años y que se encuentra en tratamiento a raíz de la anorexia nerviosa que padece desde 2016.

¿Cómo era su vida social?

Al principio, cuenta Leila, sus padres no notaban esos cambios abruptos en su comportamiento ya que la actividad física la realizaba mientras ellos dormían (ya sea a la siesta o bien temprano a la mañana) o se encontraban en sus trabajos. "Con el tema de las comidas al principio les mentía, les decía que comía con mis amigas o cuando estaba sola, el almuerzo nunca lo dejé de hacer porque eso sí era en familia, pero la cena y las otras ingestas no las hacía o comía muy poco. Después, mis papás se fueron dando cuenta pero no querían ver la realidad, cuando me pedían que coma o que no haga actividad física yo me enojaba y ellos querían evitar esos momentos. A ellos también les costó abrir los ojos y ver que yo estaba cursando una enfermedad", recuerda.

Leila junto a su mamá, Mónica.

A pesar de que en la escuela su rendimiento fue muy bueno y sus notas nunca bajaron debido a su gran exigencia, Leila cuenta que a raíz de permanecer despierta durante la madrugada muchas veces se dormía en las clases y le costaba concentrarse. A nivel social, dice, se llevaba bien con sus compañeros aunque nunca se juntaba con ellos, especialmente en los eventos en que la comida iba a estar presente.

A raíz de su negación a participar de ese tipo de salidas, sus amigas comenzaron a sospechar de sus conductas. "Un día estábamos en mi casa y me...

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