Inflación: el índice mensual de los sueños rotos

Excluyendo a Venezuela, la moneda más devaluada del mundo fue el peso argetino, solo superada por la libra turca

Hay noticias que, casi sin darnos cuenta, penetran en el ánimo colectivo y moldean , incluso, el espíritu de la sociedad. Parecen noticias frías, casi burocráticas, pero condicionan, por goteo y persistencia, nuestra forma de ser, nuestros reflejos automáticos y nuestro modo de vincularnos. También determinan nuestra manera de concebir el futuro. Son noticias a las que nos acostumbramos y con las que, muchas veces, convivimos sin advertir el impacto y el daño que nos producen. Una de ellas es el índice de inflación, que tal vez -sin caer en alardes poéticos, sino con pretensión descriptiva- debería llamarse el índice mensual de los sueños rotos, de la frustración y del desánimo, porque eso es a fin de cuentas lo que causa en el tejido social.

En el vértigo de las redes sociales, sobresalió hace unos días un hilo de Twitter que escribió un joven español después de haber pasado en la Argentina unos días como turista. Se llama Javier López, es emprendedor y vale la pena leerlo, porque, en párrafos breves y hasta elementales, retrata "la locura" que nosotros tenemos naturalizada. "Con lo que les voy a contar, les va a explotar la cabeza", anticipa a sus lectores españoles. Y lo que les cuenta es que en la Argentina, "que supo ser la sexta potencia del mundo, con un PBI que competía con el de Francia o Alemania, hoy las cosas no tienen precio. En los menús de los restaurantes, los valores cambian tan rápido que, si te descuidas, no les da ni tiempo a imprimirlos. Y cosas sencillas, como un café, pueden valer desde 50 hasta 600 pesos según el sitio". Pero la clave está en lo que apunta a continuación: "Vivir en esa incertidumbre forja a fuego el carácter de todo argentino. Es un sálvese quien pueda".

El cambio constante en las reglas de juego y la sensación cotidiana de inestabilidad conspiran contra la planificación y el ahorro, pero también contra el entusiasmo, la pasión y las ganas. Nos hemos acostumbrado a un país donde nada es seguro ni previsible, en el que todas las variables navegan a la deriva y el horizonte se nos viene encima. Lejos de ser un árbitro ecuánime y razonable, el Estado se ha convertido en una especie de tiburón hambriento, que hoy puede dar un zarpazo por acá y mañana, uno por allá. Todo el tiempo se dictan normas y disposiciones nuevas en una especie de regulación caótica que potencia la economía en negro y...

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