De infancia, fútbol y alguna rapsodia

"Soy de Argentina, de Boca y de River." En pleno Mundial, el niño, futbolero hijo de no futboleros, daba esa respuesta con la naturalidad de quien dice buen día. Difícil describir la cara de quienes la recibían, perfectos extraños que se acercaba a mi hijo -su remera de la selección, su álbum de figuritas con la Copa del Mundo en tapa-, sonreían, y le hacían la pregunta crítica: "¿De qué equipo sos?"

Y allí lanzaba él, impune y feliz, la trilogía de sus amores. Y allí ponía yo mi cara de circunstancias ante el desconocido que -esto pasó muchas veces- se quedaba como congelado, apenas balbuceando alguna risita, algún "pero así no?" y vamos, sigamos con el paseo, que al fin y al cabo es un niñito y tiene mucho tiempo para aprender tantas cosas.

La abuela materna le había regalado unos botines de Boca. El abuelo paterno, remera, gorro y pantaloncito de River. Él se ponía unos y otros sin problemas: recién comenzaba a descubrir otro sabor en esa pelota que hasta hace muy poco era un juguete más. Los autitos, los bloques, a veces hasta la venerada tablet, quedaron a un lado. Nuestra casa retumbaba, atronaba, temblaba con los derechazos del pequeño atleta, sus aullidos de gol ante audiencias imaginarias, el "Leonel Messi" pronunciado con deleite de mantra.

No hubo tiempo de explicarle que había cierto temita con eso de adherir a Boca y a River al mismo tiempo. Pasó el Mundial, pasaron las lágrimas que derramó como loco el día en que perdió la Argentina. Y llegó agosto, la Libertadores, San Lorenzo campeón.

Nos dirigíamos, en plan familiar, a ver a mi madre, que vive a escasos metros de la esquina de San Juan y Boedo. Era el 13 de agosto, y costó llegar. El pequeño futbolero entró en éxtasis. A las puertas de la casa de su abuela, la fiesta era descomunal. Micros, saltos, cantos, gente asomada a los balcones, banderas, un "Papa Francisco" bailarín que mi hijo, faltaba más, decretó que era el verdadero.

La canchita de fútbol a la que empezó a ir con amigos de la escuela aceleró la conversión. Y el ex Boca-River pasó a ser hincha de San Lorenzo.

El panorama se complicó cuando descubrió que su flamante equipo, el del barrio, el de esa combinación de colores que tanto empezaba a gustarle, no ganaba siempre. Penaba frente al televisor, animal herido e indignado, ante cada derrota azulgrana. A mí me tocaba, apática ciudadana sin equipo, intentar, torpemente...

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