La inauguración del subterráneo, el medio de transporte que cambió para siempre la vida de los porteños

La excavación para el subte a Plaza Once a la altura del Café Tortoni.

Otro 1 de diciembre, pero de 1913, LA NACION celebraba la inauguración del subterráneo de Buenos Aires mediante esta crónica, que recorría puntillosamente el crecimiento que experimentó el transporte urbano en la Ciudad de Buenos Aires. Un relato repleto de información y anécdotas, que cuenta el origen de un paisaje, hoy habitual, en el diario trajín de los porteños.

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Pocos recuerdan el primer tranvía que tuvo la Capital Federal, allá por el año 1868, y que señaló el primer tramo de la enorme extensión que ha alcanzado en la actualidad el servicio diario de pasajeros dentro de la metrópoli. Aquel tranvía de tracción a sangre, fue una novedad inquietante para los vecinos de aquella época. El postillón que trotaba trompeta en mano una cuadra delante del vehículo, anunciando la proximidad de este, era más bien, motivo de recelosa desconfianza. La gente se detenía en las esquinas viendo pasar, al ligero trote de los caballos, el coche de todos, que por esta misma razón, apenas si lo utilizaban los arriesgados. Una mirada de complaciente y rara aceptación acompañaba al tranvía hasta la esquina siguiente, donde se repetía la misma escena, y así durante todo el viaje . Por algún tiempo, la curiosidad pública hizo blanco de sus pasatiempos al único coche que recorría la calle Lima, desde la de Moreno hasta la plaza Constitución.

Poco a poco los ingenuos temores de la población fueron vencidos por la imprescindible comodidad y la conveniencia que el tranvía representaba, y por la convicción de que no era ningún peligro para el tránsito de peatones, si meditaban algunas precauciones .

La gente empezó a viajar, a tal extremo, que pasado pocos meses, el movimiento adquirido determinó que la empresa decidiese prolongar la línea hasta la plaza de la Victoria, decisión que no pudo llevarse a cabo porque los técnicos de entonces no hallaron la manera de hacer curvas en calles que para este objeto se consideraban excesivamente estrechas, a pesar de que los coches tenían aproximadamente la mitad de la dimensión de los actuales.

Inauguración de la estación Federico Lacroze.

Fue tal vez por el motivo apuntado, y todo el progresivo crecimiento de Buenos Aires, que un año después, en 1869, se inauguró la segunda línea, que corría por la calle Corrientes, yendo desde Esmeralda hasta Centro América, y que presentó una originalidad digna de aquellos tiempos. La empresa, dadas las reducidas entradas, que no permitían gastos de explotación muy crecidos, en un rasgo de ingeniosa economía mercantil, suprimió los boleteros. Los dos únicos coches que hacían el recorrido tenían una caja a manera de alcancía general, en la cual el pasajero debía depositar el importe del viaje, pero la inventiva ahorradora de la empresa, visto el resultado contraproducente que señalaba, tuvo que ser abandonada, pues más que dinero se recogían toda clase de botones, latas, pedazos de cartón, etc.

En aumento el movimiento diario, y acostumbrado el público al servicio de tranvías, nació la necesidad de llevarlo a otras zonas del municipio, librándose después la línea de Billinghurst, que iba desde Rivadavia y Suipacha, por esta última hasta la calle Larga, que era la actual avenida Quintana, y siguiendo por ella, finalizaba en la Recoleta. La implantación de ese servicio de la capital, tuvo visos de acontecimiento, haciéndose, podríamos decir...

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