El ímpetu de una nación unificada

Apenas concluida la batalla de Pavón, en la que se enfrentaron los ejércitos de la Confederación Argentina y de la provincia rebelde de Buenos Aires -17 de septiembre de 1861-, el general vencedor, Bartolomé Mitre, a la vez gobernador de esta última, debió convencer al ala más dura de su gabinete y a la mayor parte de la opinión pública porteña sobre el error de imponer a través del triunfo la sumisión lisa y llana a los demás Estados argentinos. El panorama era difícil, pero Mitre resumió sus ideas con una frase contundente: "Debemos tomar a la República Argentina tal cual la han hecho Dios y los hombres, hasta que los hombres, con la ayuda de Dios, la vayan mejorando".

Si bien acordó con el general vencido, Justo José de Urquiza, su momentáneo retiro de la vida pública, el gobernador de Santa Fe, Pascual Rosas, prefirió combatir antes de renunciar a sus principios, aún después de que el presidente Santiago Derqui abandonase el país rumbo al Uruguay.

En pocos meses Mitre consiguió que las provincias delegaran en su persona las atribuciones del Poder Ejecutivo Nacional, paso indispensable para convocar al Congreso federal que debía sancionar las leyes necesarias para la reorganización de la República.

Mientras marchaba por esa senda, sus generales, enviados al interior para sostener los resultados de la victoria, protagonizaban episodios de inusitada violencia, como la matanza de Cañada de Gómez (22 de noviembre de 1861), en que Venancio Flores sorprendió mientras descansaban a las fuerzas nacionales de caballería que dos meses después de la derrota aún deambulaban por campos desolados, y los crueles atropellos en las provincias del Noroeste perpetrados por las tropas a las órdenes de Wenceslao Paunero.

En enero de 1862, el general Angel Vicente Peñaloza, estanciero y patriarca de los Llanos de La Rioja, que se hallaba retirado en su hacienda de Guaja, recibió el pedido de ayuda militar del general Octaviano Navarro y del gobernador de Catamarca, Molina, quienes habían sido alejados de sus respectivos mandos. Marchó con los jinetes del denominado "Ejército del Noroeste" que aún comandaba, pero si bien obtuvo un pequeño triunfo contra los santiagueños hermanos Taboada y sitió la ciudad de San Luis, decidió someterse "al gobierno nacional, representado hoy por el brigadier general don Bartolomé Mitre por encargo de todas las provincias" a cambio de una amnistía que comprendiera a todos sus hombres a fin de que pudieran volver a sus hogares.

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