El imperio de la mala suerte

Hace casi medio siglo, el 1º de octubre de 1968, la ya legendaria Primera Plana publicó una nota que anticipaba, a su manera, lo que hoy conocemos como "periodismo de investigación". Allí, Juan Carlos Algañaraz traza, en un texto que se nutrió de 25 entrevistas y un viaje especial a San Juan, el mapa de las supersticiones locales, una mitología que sigue vigente.

En el siglo XIX, Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro y El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, recurría a videntes para comunicarse con su mujer, que había muerto. Hoy, aunque nos cueste admitirlo en tiempos en que el pensamiento científico nos permite enviar sondas a los confines del sistema solar, explorar las interacciones moleculares de nuestro organismo y prever qué tiempo habrá dentro de quince días, dejar de pasar bajo una escalera o evitar casarse un martes 13 se toman como hechos naturales, porque "podrían atraer la mala suerte".

El recorrido que hace Algañaraz, apoyado en anécdotas, leyendas urbanas y hasta estudios académicos como el de la antropóloga Esther Hermitte, doctorada en la Universidad de Chicago con una tesis sobre el tema, es delicioso (o terrorífico, según dónde nos ubiquemos). Muestra que cábalas y rituales prosperaban en todos los ámbitos, desde los populares hasta los profesionales, los empresariales, y los del arte y la cultura. Y que, al contrario de cómo normalmente nos describimos, somos intrínsecamente irracionales.

La lista de fobias conforma un acervo inabarcable. La que alude a los nefastos efectos del número 13 llevaba a evitar el uso de esta cifra en asientos de avión y pisos de edificios, o, por el contrario, multiplicaba apuestas en la quiniela que podían ocasionar pérdidas incalculables.

Otra de las supersticiones que todavía goza de excelente salud es la del "mal de ojo", que asegura que una persona puede provocar náuseas, dolor de cabeza y otros síntomas indefinidos simplemente con la mirada. Prueba de su vigencia es que figura en ese ícono de la modernidad que es la Wikipedia. Para diagnosticarlo, allí se sugiere, por ejemplo, el "método del carbón", que consiste en soltar un cabeza de fósforo quemado en una olla con agua. Si se hunde es buena señal, pero si flota, todo lo contrario. También se aconseja echar un poco de aceite en agua: si toma la forma de un ojo, quiere decir que la persona está "ojeada".

Lo bueno es que basta con una cintita roja anudada en torno de la muñeca para evitarlo. O...

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