De campeón a la impaciencia sin límites, un símbolo de nuestro fútbol

"Tengo mucha bronca por el resultado. Pero hay un respaldo total para el técnico." La frase de Matías Lammens, el presidente de San Lorenzo, frena el impulso irracional de tantos. San Lorenzo refleja como pocos, en estas horas, la locura que invade el medio local: la intolerancia supera cualquier límite. El Ciclón no juega bien, es cierto. Ataca menos que antes y se defiende tan mal como entonces, es posible. El plantel es mejor: a Nicolás Blandi y a Mauro Matos los querían varios. También es verdad.Está último en una accesible -en teoría- primera rueda de la Copa Libertadores y anda a los tumbos (como todos) en el torneo local. Todo cierto. Como que la mediocridad que invade a nuestro fútbol (casi, casi, parecido a buena parte de América del Sur) le permite todo: puede salir campeón en ambos frentes, todavía. No sería tan descabellado. Edgardo Bauza, aseguraban, tenía pasta internacional, por aquella copa con la Liga Deportiva Universitaria. Todo es correcto. Como los repentinos cambios de sistema. De nombres. Como la extraña incorporación del colombiano Valdés. O la sugerente salida de Pablo Alvarado, no tanto por sus quilates deportivos, sino porque era el capitán.Todo, pero todo, es cierto. Ahora bien, ¿es lógica la impaciencia mayúscula que gobierna los corazones que andan dando vueltas por Boedo? La Libertadores, se sabe, es la obsesión. Pero en los últimos días, los hinchas cuestionan a casi todos. A todo. Algunos dirigentes protestan por lo bajo. Y hasta algunos caudillos del título se asemejan a piezas dóciles de recambio. Sin rebeldía.Una tarde en el Bajo Flores es una...

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