Huracán: la angustia y el temor, desde adentro

La escena no parece detenerse nunca. Se mantiene ahí, desesperante. Por más que ya transcurrieron varias horas, las mentes siguen yendo a mil. La imagen vuelve al momento en que todo empezó a descontrolarse. Pasaron el túnel y los frenos fallaron. El chofer quiso trabar el micro con los cambios, se escuchó un ruido fuerte, y por la velocidad que habían alcanzado, cerca de 80 km/h, la caja de cambios se rompió. Los ochenta se convirtieron en 110 y fueron subiendo. El conductor del ómnibus que trasladaba al plantel de Huracán al aeropuerto de Maiquetía, a 17 kilómetros de Caracas, empezó a hacer sonar la bocina con insistencia. Cuando eso no alcanzaba o pensaba que aún debía hacer algo más, gritaba. Durante unos tres minutos, el chofer fue haciendo eslalon entre los vehículos que circulaban por la autopista. No podía creer lo que estaba sucediendo. Muy cerca suyo estaba Fernando Salces, presidente del fútbol profesional del Globo. El dirigente se encontraba justo detrás del asiento del conductor. Y pensó: "Contra qué chocaré..., recé; soy presidente del fútbol profesional, no gano un peso en Huracán. Dejé a mi familia, mis obligaciones diarias". Al conductor se le ocurrió una opción más para detener el vehículo, que aumentaba su velocidad metro a metro. No había planicie próxima. Entonces, por la ventana llamó a una combi que circulaba junto al ómnibus y que trasladaba la utilería del equipo. Su plan era el siguiente: que la combi se adelantara, y una vez que estuviese en la trompa del micro, frenara de a poco para ayudar a detenerlo. La maniobra era muy peligrosa. La combi lo intentó, pero sin éxito. Ambos conductores coincidieron en que el riesgo era mayúsculo también para la combi y sus pasajeros. Se salió del rumbo de la mole sobre ruedas.

El conductor advirtió que lo que continuaría no sería agradable. El choque era casi seguro. Lo que había que hacer, entonces, era disminuir las consecuencias del mismo. Pidió que todos fueran para la parte trasera del ómnibus. Salces, y el preparador físico Pablo Santella fueron algunos de los encargados de advertir lo que estaba ocurriendo. No es que los jugadores no lo hubiesen notado. Sólo que no sabían exactamente lo que estaba pasando porque no estaban en los primeros asientos. Algunos, incluso, al principio pensaron que se trataba de una broma. Los cinturones de seguridad, como nunca, eran imprescindibles para aferrarse a la vida. Sólo había un jugador que había atinado a abrochárselo apenas...

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