Historias de Malvinas, a 40 años: el héroe sin medalla

Así llegó el rompehielos Almirante Irízar a la Base Naval de Puerto Belgrano, tras el incendio en el Mar Argentino

Reynaldo Toloza se colocaba el traje de neoprene negro: chaqueta, pantalón, botas, guantes, aletas, capucha, visor. Se ajustaba al pecho el equipo de circuito cerrado de oxígeno que no produce burbujas en la superficie y el chaleco salvavidas oscuro y regulable, y tomaba la plancheta con brújula, reloj y profundímetro, y la linterna y la bolsa con las minas explosivas, que funcionan con imán, espoletas y sistema horario. Respiraba tres o cuatro veces al aire para hacerle un lavaje a sus pulmones antes de recibir el chupete con el oxígeno puro, y después se disponía a entrar en el océano helado.

El buzo táctico acaso soñaba una y otra vez con ese procedimiento elemental de su oficio y con cumplir la misión encomendada. La misión ideal. Seguir una hoja de ruta horizontal, colocar bombas en el casco de un buque inglés, alejarse lo más rápida y subrepticiamente de la zona y luego ver la explosión. Pero las cosas no eran tan sencillas en la guerra del Atlántico Sur, y ya les habían dicho que no podrían acercarse por mar a las islas. Estaban en Río Gallegos adiestrándose día y noche, en la incertidumbre permanente de subir a un Hércules y cumplir con la Operación Buitre.

Los altos mandos habían proyectado enviar en avión y helicópteros a buzos tácticos y comandos anfibios para atacar la retaguardia de las tropas británicas, que ya se habían hecho fuertes en Fitz Roy, Darwin y San Carlos. Era una audaz maniobra para cortarles también los suministros a quienes avanzaban sobre Goose Green. Se harían lanzamientos de paracaídas con la idea de sabotear esos campamentos enemigos, pero la orden no llegaba y todo era esperar y esperar con los nervios de punta y un frío lacerante.

Toloza había sido entrenado con rigor para la angustia. Formaba parte de las Fuerzas Especiales, y no pensaba en otra cosa más que entrar en combate. Su jefe y amigo, el teniente Diego García Quiroga, había encabezado el Operativo Rosario. Los buzos tácticos participaron activamente de la recuperación de Puerto Argentino, y Toloza hubiera sido de la partida si no fuera porque en aquellas fechas su mujer estaba en trabajo de parto.

Durante esa primera incursión, García Quiroga y el capitán Pedro Giachino le habían advertido al gobernador de las islas que se entregara y habían recibido como respuesta una ráfaga de pistola ametralladora. Los dos avanzaron entonces sobre la residencia y recibieron una nube de balas. Giachino murió pero García Quiroga se salvó milagrosamente: un plomo le pegó en la navaja que llevaba en un bolsillo de la camisa. Luego Toloza y sus compañeros hicieron con esa navaja perforada un cuadro para recordar los caprichos del destino.

García Quiroga no participó más de la contienda, y muchos años...

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